CRÓNICA

Diálogo de estrellas en Torroella

Viktoria Mullova y Katia Labèque deslumbran con obras de Mozart, Schumann, Takemitsu, Arvo Pärt y Ravel

Viktoria Mullova y Katia Labèque en el festival de Torroella de Montgrí.

Viktoria Mullova y Katia Labèque en el festival de Torroella de Montgrí. / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / TORROELLA DE MONTGRÍ

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Dúo virtuoso en el Espai Ter de Torroella. Por un lado, la rusa Viktoria Mullova, vestida de blanco y  tan alta y esbelta que sigue, a los 56 años, manteniendo su aura de musa del violín. Sentada al piano, la francesa Katia Labèque, enfundada en un ajustado terno negro, luciendo taconazos e instalada, a los 66 años, en la eterna juventud. Contraste de colores, pero complementaria unidad estilística a la hora de afrontar las exigencias de un viaje musical que, partiendo de grandes obras del clasicismo y romanticismo, concluyó con la inmersión en los nuevos mundos musicales del siglo XX.

El diálogo entre estas dos grandes artistas quedará como una de las actuaciones más estimulantes de la cita ampurdanesa. La posición dominante de la pareja estuvo a cargo de Mullova, quien después de dejar atrás su estela de ‘reina de hielo’ por la marca que le dejó su educación en Moscú, ha ido escalando posiciones hacia la conquista de la libertad creativa. El domingo volvió a demostrar que no solo es una de las grandes violinistas de nuestro tiempo sino que, además, desprende una calidez y capacidad de comunicación únicas.

COMPENETRACIÓN TOTAL

Basta su sola presencia, empuñando su Stradivarius Jules Falk de 1723, para llenar el escenario. Y cuando desliza el arco sobre las cuerdas del violín, proyecta una sonoridad tan personal como influida por sus recientes incursiones en la música popular brasileña, jazz y pop, que han enriquecido su lenguaje. Labèque, separada esta vez de su hermana Mireille, aportó la perfección técnica y privilegiada visión de las piezas interpretadas, demostrando una compenetración total con su compañera en un proyecto que ambas iniciaron en el 2001.

Poco hay que decir de su impecable y rigurosa interpretación de las sonatas de Mozart y Schumann programadas, pero fue con la sutil y poética ‘Distance de fée’ del japonés Toru Takemitsu y la bella singularidad de ‘Fatre’ del estoniano Arvo Pärt, donde el talento de las artistas entró en estado de erupción. El remate con la ‘Sonata para violín y piano en sol mayor’ de Ravel fue para quitarse el sombrero. El marcado protagonismo de cada uno de los instrumentos, siempre bien ensamblados, llegó a cotas de exuberante virtuosismo. Genial.