Persistencia de Dovlatov

JORDI PUNTÍ

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Cuando se trata de traducciones, y sobre todo si son novedades, el panorama literario en catalán suele ser gregario del castellano. La convivencia es pacífica y a veces incluso favorable. Hay editores en catalán que, de no producirse paralelamente una edición en castellano, no se arriesgan, pues entienden que la coexistencia les da más presencia en los medios y no les hace perder tantas ventas. Sin embargo, de vez en cuando hay fenómenos que solo funcionan en catalán, casi exclusivamente, y si existe una edición en castellano termina pasando desapercibida. Pienso, por ejemplo, en 'La vida intensa', de Massimo Bontempelli (Eumo, 1988), que hace años divirtió a muchos lectores en catalán y hoy en día sigue sin publicarse en castellano. O en el caso de Charles Baxter, el autor de 'El festí de l’amor' (La Magrana, 2002), que ganó el premio Llibreter y habitualmente recibe más atención en catalán.

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En general, este tipo de éxitos unilaterales funcionan porque detrás hay unos editores que creen en ellos y son persistentes. Es el caso, quizá a escala menor, de Serguei Dovlatov, y hay que celebrar como un hecho extraordinario que Labreu acabe de publicar 'La filial' -en traducción ejemplar, como siempre, de Miquel Cabal Guarro-. Es el quinto título de Dovlatov en catalán tras 'La zona', 'El compromís', 'Els nostres' y 'L’estrangera', y sus lectores estamos de enhorabuena. Uno podría pensar que el interés se agota, pero en realidad sucede todo lo contrario: los libros de Dovlatov se ayudan los unos a los otros porque comparten su experiencia de exiliado ruso en los Estados Unidos.

Son como unas memorias, vagamente filtradas por la ficción de un alter ego literario. En 'La filial', Dovlatov reeencuentra un viejo amor y participa en un congreso en Los Angeles sobre 'El futuro de Rusia', nada menos, lo que le lleva a convivir con otros compatriotas en su misma situación. El resultado es una serie de episodios donde reluce su tendencia al absurdo y la repentina irrupción de la nostalgia. Como solía decir el propio Dovlatov: “Yo no vivo en los Estados Unidos, vivo en la inmigración”. Por suerte sabía reírse de sí mismo.