CRÓNICA TEATRAL
Calderón de la Barca, a todo ritmo
El Lliure aplaude el dinamismo y rigor de la versión de 'El alcalde de Zalamea', a cargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y bajo la dirección de Helena Pimenta
José Carlos Sorribes
Periodista
JOSÉ CARLOS SORRIBES / BARCELONA
“Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios”. Se lo dice Pedro Crespo a don Lope de Figueroa, general del Tercio Viejo de Flandes, cuyas tropas se han instalado en Zalamea, camino de Portugal. “Que honra no la compra nadie”, le apunta en otro momento el mismo Crespo a su hijo Juan. Son versos que dibujan el espíritu del drama de honor 'El alcalde de Zalamea', de Calderón de la Barca. En manos de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y de su directora Helena Pimenta, han agotado las entradas de sus cinco pases, de miércoles a domingo, de esta semana en el Lliure de Montjuïc. El dinamismo y rigor de la versión justifican esa acogida.
Honor, justicia y dignidad ante el abuso de poder. Sobre la reivindicación de estos valores morales levantó Calderón uno de sus textos más conocidos y representados. Fue la obra que inauguró con éxito, en octubre pasado, el remodelado Teatro de la Comedia de Madrid, gracias a una ágil puesta en escena, un sólido reparto y un respeto formal al clásico, tanto en vestuario, música (incluida la voz penetrante y poderosa de Rita Barber) y movimiento. Nada que chirríe para que los admiradores del teatro del Siglo de Oro disfruten de un texto en verso servido de forma académica.
CARMELO GÓMEZ, UN GRAN Y SÓLIDO ALCALDE
Tras el vistoso preámbulo con un juego de frontón de sutiles movimientos, la aparición de la soldadesca ya dota de buen ritmo la versión de Helena Pimenta, enmarcada en una magnífica y sobria escenografía de Max Glaenzel. Está formada por un enorme muro frontal de piedra clara y dos estructuras de madera laterales, por las que entran, salen y trepan de forma efectiva los 24 intérpretes de la obra, entre actores y músicos. El ritmo, lógicamente, se acelera cuando llega el drama después de que el capitán don Álvaro ultraje con la ayuda de varios de sus subordinados a Isabel, la hija de Pedro Crespo. Y aumenta de revoluciones con acertadas soluciones en el espacio escénico y los mejores momentos de sus intérpretes. Aunque Carmelo Gómez, tan caro de ver en un escenario, siempre da la talla (y no solo física) como el terco villano -de aldeano, no de malvado- y labrador Pedro Crespo. Un tipo de una sola cara e integridad fuera de duda.
El gesto, la palabra y el tono de Gómez encuentran excelente réplica en un actor especialista en clásicos españoles como Joaquín Notario (don Lope de Figueroa), de voz y porte poderosas. Más arquetípica es la composición del villano, este sí de malvado, don Álvaro (Jesús Noguero), súbito y altivo enamorado de Isabel (Nuria Gallardo). La actriz, siempre solvente, deja huella en su monólogo lastimoso después de la deshonra de la que es víctima. Provoca, eso sí, sorpresa que tanto ella como Rafa Castejón (Juan) sean los hijos de Gómez. Más bien podrían ser sus hermanos por la diferencia de edad y aspecto, pero ya se sabe que el teatro es pura ilusión y puede jugar a su antojo con la ruptura de convenciones.
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