CRÍTICA

'Cien años de perdón': furia con conciencia

BEATRIZ MARTÍNEZ

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El cine de Daniel Calparsoro siempre ha estado atravesado por un estallido de rabia interna. Desde sus primeros trabajos demostró que poseía unas dosis de virulencia poco frecuentes dentro del cine español. Le gustaba escarbar en las miserias de sus personajes, adentrarse en sus zonas más oscuras y, sobre todo, provocar incomodidad. No siempre le salía bien. Sus películas a menudo caminaban en la cuerda floja, pero al menos se atrevían a mostrar un panorama nada complaciente, a sumergirse en una furibunda realidad reflejo de un malestar latente a través de una serie de seres marginales en busca de su destino. 

Puede que en los últimos tiempos sus formas impetuosas se hayan domesticado, y que tanto su anterior película, 'Combustión', como la que ahora presenta, 'Cien años de perdón', sean sus obras menos personales. Sin embargo en ellas sigue habiendo algo salvaje e indómito que las recorre, al mismo tiempo que ha logrado, sobre todo en esta última, pulir su estilo hasta alcanzar un grado de virtuosismo bastante notable. 

DENUNCIA SOCIAL KAMIKAZE Y EXPLOSIVA

'Cien años de perdón' se inserta dentro de los códigos del cine de denuncia social dentro de su vertiente más kamikaze y explosiva. Y lo hace a partir de un guion muy medido de Jorge Guerricaechevarría, en el que se utilizan los esquemas clásicos del cine de robos y atracos para poner de manifiesto toda una red de corrupción y una pirámide de intereses que progresivamente se irá desmoronando al mismo tiempo que se pone de manifiesto la podredumbre moral que impera en el sistema y los bajos instintos que provoca el poder y la ambición. 

No hay lugar para el descanso. La fisicidad recorre las venas de una película que es al mismo tiempo un vehículo de entretenimiento pero también de reflexión a la hora de escarbar en un panorama político que, lamentablemente, rebasa los límites de la ficción para convertirse en documento de nuestro tiempo.