UNA VOZ BRASILEÑA

La amiga ausente

La escritora Nélida Piñon visita Barcelona tras la muerte de su querida agente Carmen Balcells y presenta sus relatos 'La camisa del marido'

La escritora brasileña Nélida Piñon, en su reciente visita a Barcelona.

La escritora brasileña Nélida Piñon, en su reciente visita a Barcelona.

ELENA HEVIA / BARCELONA

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Para Nélida Piñon  (Río de Janeiro, 1937) es muy extraño estar en Barcelona y no alojarse en casa de Carmen Balcells. Porque la agente ha sido para ella amiga, puerta de culturas, puente para las amistades y cómplice a lo largo de 45 años. Así que ahora que ella ya no está, la escritora brasileñaPremio Príncipe de Asturias, no quiso pasar ni siquiera por la agencia -«No, no tengo ánimos»-, pero sí ofrecer sus respetos a su amiga en el pequeño cementerio de Santa Fe de Segarra, donde reposan sus restos, y a donde la acompañó el hijo de Balcells, Lluís Miquel, a poco menos de un mes del funeral de aquella.

Unos días más tarde, en un hotel barcelonés, el primero que pisa en la ciudad como cliente en mucho tiempo, en medio de la promoción de su último libro de relatos, La camisa del marido (Alfaguara), a Piñon se le agolpan los recuerdos. «Carmen era también una gran amiga de mi madre y cuando viajaba a Brasil no se alojaba en mi casa sino en la de ella. Mi madre le regaló una llave de su casa y le secaba la ropa que ella dejaba allí siempre al sol con mucho cuidado». Si se le pregunta por la legendaria dureza que la agente también era capaz de desplegar sonríe. «Como amiga era maravillosa pero no me hubiera gustado tenerla como enemiga». Y acto seguido, para no faltar a su verdad, Piñon la evoca capaz de enderezar una amistad a golpe de generosidad después de haber ejercido de temible adversaria. Vaya, que sería fácil decir que la Balcells, más que una Mamá Grande al estilo Macondo bien podría ser haber salido de un libro de la autora brasileña, uno de esos personajes excesivos

-en pasiones y emociones- que pueblan sus historias.

En La camisa del marido, Piñon reúne nueve relatos cortos bajo el denominador de las relaciones humanas y en especial, de los complejos lazos familiares. «Una familia es un concepto tribal -dice-. Somos hijos de nuestra cuna, es nuestra primera patria, donde concebimos el impacto de la vida y allí donde heredamos nuestro imaginario. Creo que el hogar es algo impresionante para bien o para mal. Tú puedes intentar alejarte o persistir en los vínculos familiares pero la familia es para siempre. No hay manera de eliminarla».

En estas historias fuertes, marcadas por la violencia y cierto regusto a tragedia griega, está la esencia de una autora que reconoce encantada su querencia por la exacerbación del drama. «Quizá las mujeres consideren que la violencia es materia para el hombre pero yo creo que es materia humana», proclama. Y reivindica la potencia del escritor (hombre o mujer) para meterse en un cuerpo ajeno. «Mi cuerpo es mi cuerpo pero quizá necesite del tuyo para ponerme en el lugar del otro. Si no tengo un mínimo interés por ello no sirvo para esto. No creo en los libros de mujeres escritos para mujeres, pero tampoco en los libros de hombres para hombres».

Mujeres y hombres

Pronto a la autora se le dispara un feminismo sin freno y se entrega a sus reflexiones con una cálida pasión. Se diría que ella, con todos sus reconocimientos y premios puestos en fila, podría estar más allá de los rencores, pero no. Habla de la generosidad lectora de las mujeres que «se acostumbraron a leer lo que el hombre produjo» y de la falta de reciprocidad de ellos. «Los hombres presumen de no tener interés por lo que escriben las mujeres para no tener que declarar públicamente su talento. Prefieren decir que no las han leido», asegura con sorna y el retintín de quien ha sentido en carne propia lo que dice. «Sigue habiendo unos prejuicios impresionantes. En mi caso circuló que yo tenía un cierto talento y eso fue considerado peligroso para algunos hombres».

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