Woody Allen: «El crimen a veces está justificado moralmente»

El director retoma en 'Irrational Man' la posibilidad del asesinato perfecto

Woody Allen estrena 'Irrational Man'

Woody Allen estrena 'Irrational Man' / EFE / IAN LANGSDON

NANDO SALVÀ

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En su 46ª película como director, Irrational Man, el cineasta neoyorquino retoma un tema predilecto: la posibilidad del crimen perfecto. Y para meditar sobre los diversos obstáculos logísticos y espirituales que intentar llevarlo a cabo conlleva se sirve de Abe Lucas (Joaquin Phoenix), un profesor de filosofía en plena crisis existencial.

-¿Es Joaquin Phoenix un actor tan intenso como sugiere en pantalla? 

-Todavía más. Es decir, es una persona muy dulce y gentil, y un actor extremadamente profesional. Su problema es que siempre está torturadísimo. Incluso cuando todo va sobre ruedas, él parece estar al borde del suicidio. Si le preguntas algo como, «Joaquin, ¿me puedes pasar ese vaso de agua?», él reaccionará como si estuviera interpretando Hamlet. Todo es sufrimiento para él. Por eso era el actor perfecto para esta película.

-¿Considera Irrational Man una comedia o un drama?

-La idea de un hombre que decide que va a matar a otro hombre y entonces su vida de repente será maravillosa es inherentemente cómica, creo, pero no me refiero al tipo de comedia que genera carcajadas. Quiero pensar que esta película es muy seria, y hacer películas serias es lo que más me gusta. Cuando empecé a dirigir quería hacer siempre dramas, porque mis artistas favoritos eran gente muy seria como Ingmar Bergman, Eugene O'Neill o Tennessee Williams. Pero solo me daban dinero para hacer comedias. A mí contar chistes no me cuesta, casi me sale sin querer, y por tanto no lo valoro tanto. Mis películas serias son las que considero más personales.

-Usted ya exploró la idea del crimen perfecto en películas como Delitos y faltasMatch Point Cassandra's Dream. ¿Qué le atrae de ella?

-No me diga usted que nunca ha pensado en matar a alguien. Yo lo hago constantemente. De hecho si matara a todos aquellos a quienes en algún momento he pensado en matar, estaría solo en el mundo. Y creo que el crimen a veces está justificado moralmente. Por ejemplo, si sabes que alguien va a lanzar una bomba sobre un instituto y matará a 500 niños, es legítimo que lo mates antes.

-¿De dónde le viene el pesimismo?

-No sé, siempre he sido pesimista. Incluso en mis películas más tontas, los chistes se basan en la muerte y el sinsentido de nuestra existencia. De veras creo que la vida es un mal negocio. Una tragedia.

-Pero tiene cosas buenas...

 

-Sí, yo paso el rato tocando el clarinete o siguiendo la liga de béisbol o viendo a Fred Astaire bailando en una pantalla. Hacemos esas cosas a modo de distracción. También nos enamoramos para distraernos. Conoces a alguien y, si tienes suerte, esa persona estará contigo durante 30 años. Pero un buen día te detectarán un cáncer, y todo cuanto tu mujer podrá hacer es consolarte. Pero ese consuelo no te salvará.

-Hacer películas, ¿es también una distracción?

 

-Sí, o un remedio temporal, como una aspirina o una tirita. Si pongo en pantalla a alguien que tropieza y se cae, entonces el espectador se olvidará de que este mes no ha podido pagar el alquiler. Pero cuando la película se acabe, saldrá del cine y la vida real volverá a acechar. Nunca he sido capaz de encontrar un sentido más profundo a lo que hago como artista. Me gustaría que el público viera mis películas y encontrara una razón para vivir gracias a ellas, pero no es posible. Y yo no saco nada en claro haciéndolas. Pero al menos, mientras pienso en cómo hacer que un personaje caiga más simpático o una escena resulte más divertida, no tengo que pensar en las aterradoras preguntas que nos azotan a todos.

-En todo caso, ¿no cree haber llevado una vida mejor que la mayoría de la gente?

 

-Sí, soy muy afortunado. Fui un estudiante pésimo, nunca leía libros y me echaron de la escuela. No sabía qué hacer con mi vida, todos mis amigos fueron a la universidad para poder ser doctores y abogados, y en cambio yo parecía condenado a ganarme la vida conduciendo un taxi o sirviendo mesas. Pero, milagrosamente, lo de hacer chistes resultó dárseme bien. Nadie en mi familia los había escrito antes, ni mis padres ni mis abuelos. Nadie. Y de repente yo era capaz de hacerlo, y de hacerlo bien, y de que me pagaran por ello. Como digo, un milagro.

-¿Cómo cree haber cambiado como artista a lo largo de su carrera?

-De ningún modo. Estoy físicamente más deteriorado, eso sí. Mis ojos ya no ven, mi pelo se cae, me estoy quedando sordo. Pero por lo demás no he cambiado sustancialmente. No me siento más experto, y de ningún modo soy más sabio. Si usted va a una hemeroteca y rescata alguna entrevista que di hace 30 años, la podría publicar intacta y seguiría teniendo sentido. Es triste pero es así.