La Berlinale sella su idilio con Isabel Coixet
La presencia de Isabel Coixet este jueves en la Berlinale se ha asemejado a algo parecido a un aniversario. Están a punto de cumplirse 20 años desde que visitó por primera vez el festival con Cosas que nunca te dije, la película que empezó a abrirle puertas en todo el mundo. Sin embargo, la directora confiesa no disponer del ánimo idóneo para celebraciones. «Acaba de morir Joan Potau, que fue quien creyó en mí cuando nadie, ni yo misma, quería hacerlo», nos explica, conmovida. Potau estuvo con ella en Berlín presentando aquella película hace casi dos décadas.
Desde entonces, Coixet ha visitado la Berlinale seis veces más contando esta última -en cinco de ellas para presentar película, en una en calidad de miembro del jurado-, que sin duda está cargada de una significancia especial. Y no solo porque su nuevo trabajo, Nadie quiere la noche, ha sido la obra encargada de inaugurar el festival -«he venido tantas veces que yo creo que les daba hasta pena», bromea la directora al respecto-, sino porque es tan solo la segunda vez en sus 65 años de historia que ese honor recae en una mujer.
«Ser la segunda me da un poco lo mismo, lo que no quiero es ser la última», puntualiza. Y en todo caso confiesa estar un poco harta de que el mundo del cine preste tanta atención a esas distinciones de género. «Me fastidia porque hablar de cine femenino es encerrar a las mujeres en un gueto. Hacer películas es algo muy difícil, requiere infraestructuras enormes y muchos egos unidos. Si el camino está lleno de piedras, lo suyo es que haya las mismas piedras para las mujeres que para los hombres. Y meternos en un gueto no ayuda».
VIAJE AL POLO NORTE
Es cierto, por otra parte, que Nadie quiere la noche Nadie quiere la nochees indiscutiblemente cine hecho por mujeres y sobre mujeres. En concreto se acerca a la figura de Josephine Peary, que en 1908 decidió reunirse con su marido, el explorador Robert Peary, justo cuando estaba a punto de dejar la primera huella humana en el Polo Norte -o al menos eso pensaba él: erró la ubicación del lugar en unos pocos kilómetros-. «Es una mujer movida por el amor, pero también porque quiere salir en la foto», explica sobre el personaje que encarna con fiereza Juliette Binoche. Después de todo, los exploradores se mueven por el deseo de ir donde nadie ha llegado, abrir caminos donde no los hay, y eso conlleva una dosis de vanidad considerable. «Por eso la retraté como una mujer que resulta antipática, al menos hasta que empieza a mirar al otro con respeto y a reconocerlo como un ser humano». Ese otro al que Coixet alude es Alaka (Rinko Kikuchi), una nativa inuit con la que Peary se ve obligada a compartir buena parte del metraje de la película, y con quien establecerá insospechados vínculos emocionales.
La acogida que Nadie quiere la noche Nadie quiere la nocheha recibido en la Berlinale ha sido fría. La división de opiniones que ha generado es propia de las películas que hacen algunas cosas bien y algunas no tanto. Se agradece, de entrada, que Coixet trate un relato que invita al exceso sentimental con un grado de sobriedad nunca antes visto en su cine. «Me até en corto, y eliminé algunos elementos muy melodramáticos del guion que corrían el riesgo de desvirtuar los temas que a mí me interesaban», comenta.
El problema es que intentando huir del exceso dramático la película acaba huyendo del drama. La relación entre Josephine y Alka no llega a alcanzar la dimensión trágica que Coixet pretende, en buena medida porque los diálogos que el guionista Miguel Barros ha creado para ellas carecen no solo de intensidad sino sobre todo de hondura. En ese sentido, no ayuda que el de Binoche sea el único personaje dotado de carne y hueso verdaderos. Tanto el personaje que encarna Gabriel Byrne como la propia Alaka son bosquejos. Él se dedica a verbalizar los temas de la película -el poder de la naturaleza, la arrogancia del hombre occidental-, y ella simplemente reproduce el estereotipo del hombre primitivo, simple pero puro y extrañamente sabio.
PODER EVOCADOR
Ahora bien, si los retratos humanos de Nadie quiere la noche son irregulares, su mirada a la naturaleza posee un rotundo poder evocador. Rodada en parte en los gélidos paisajes noruegos que ya sirvieron de escenario a El imperio contraataca (1980) -«Sí, pero ellos rodaron delante del hotel, no donde lo hicimos nosotros», matiza Coixet-, la película captura a la perfección un entorno tan hostil como bello. Y, en última instancia, a su imperfecta manera confirma a Coixet como una cineasta de lo íntimo. «Es cierto que me fascina explorar los detalles de lo que sucede entre dos personas. Así que si alguien me quiere poner una etiqueta, que me ponga esa».
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