CRÓNICA
Magnético Daniil Trifonov
El joven pianista ruso deslumbra con Chopin junto a la Philharmonia Orchestra
algunos habíamos asistido en noviembre a su triunfal debut en solitario en Palau 100, pero otros no habían disfrutado aún de su impresionante talento. En el descanso de la velada del jueves en el Auditori, y tras su etérea interpretación del Concierto para piano en fa menor, número 2 de Chopin junto a la Philharmonia Orchestra, el público no dejaba de expresar su asombro por lo que había visto y oído. Magnética versión de la obra expuesta con manos de seda sobre el teclado. Como si estuviera tocado por la gracia divina, Daniil Trifonov volvió a exhibir una madurez y sensibilidad impropias de sus 23 años.
Hay pianista. Mucho pianista. Es un genio de esos que solo aparecen muy de vez en cuando y no le faltaba razón a la insigne Marta Argerich cuando sentenció: «Lo tiene todo y más... Ternura y un elemento endemoniado. Nunca había oído nada parecido». Lo mismo opinaban algunos melómanos, que se remitían incluso a Rubinstein para describir la capacidad de este joven ruso con aspecto de teenager para transmitir con una abrumadora técnica y un absoluto control --no se le escapa ni una nota- el universo de emociones de la partitura.
DIÁLOGO PERFECTO / «Toca como camina», según una expresión cazada al vuelo. Y es así. Sus propios sentimientos se funden con la música. Nunca pierde el equilibrio y dialoga a la perfección con la orquesta. El nocturno central fue de ensueño. Tras su mágica y alada actuación correspondió a las incesantes aclamaciones con una no menos sutil versión de una obra de Debussy.
La aparición de esta lumbrera dejó en segundo plano el resto del programa con una intrascendente versión de la Obertura Coriolà y una, en cambio, soberbia recreación de la Heroica, de Beethoven. Con una formación reducida pero de gran calidad, el emergente y expresivo Clemens Schuldt extrajo lo mejor de sus músicos. Su enérgica pero a la vez matizada y atentísima dirección mantuvo la claridad y tensión sonoras de la magna sinfonía hasta llegar al imponente final.
Una propina con el vals triste de Sibelius redondeó esta cita dedicada a la memoria del desaparecido Lorin Maazel quien, con 16 conciertos, fue una de las batutas fundamentales para consolidar el ciclo Ibercamera.
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