Apunte

Qué noche la de aquel día

DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hubo una época en la que Gabriel García Márquez fue la Literatura. Recién ganado el Nobel, el escritor colombiano expandió el poder de las sucesivas generaciones de los Buendía por el globo terráqueo, y su presencia se convirtió en el objeto de deseo de los prohombres que gobernaban el mundo y querían mostrar a sus súbditos que eran sensibles al universo de García Márquez.

En aquellos años, una mujer, Carmen Balcells, se había ganado el título de la agente literaria más poderosa del mundo, y lo que no conseguían los mandatarios capaces de ordenar el lanzamiento de misiles tierra-aire, aire-aire, tierra-tierra o aire-tierra, lo conseguía ella con tan solo una llamada, un suspiro o una mirada. En aquellos años, Carmen era el gran poder de la literatura, y García Márquez el mascarón de proa de su imperio.

Y fue en casa de Carmen dónde conocí a García Márquez. Disculpen si no le llamo Gabo pero yo solo era el  hijo de unos amigos del escritor, y jamás utilicé un diminutivo que creía que solo merecía ser dicho por sus amistades más leales. Yo era un jovencito recién salido de la adolescencia, y mis lealtades estaban básicamente dirigidas a mujeres platónicas. Sentados alrededor de la mesa del comedor del piso que tenían Carmen y Luis en la calle Anglí, estaban Gabriel García Márquez y Mercedes, Álvaro Mutis, mis padres Anna y Manuel, Luis y Leticia Feduchi y sus tres hijas Leticia, Marta y Belén, y por supuesto Carmen Balcells y Luis Palomares. Recuerdo poco de lo que hablaron invitados tan ilustres. Carmen me había encargado la misión de fotografiar la velada y yo me dediqué a enfocar y a disparar, y a enamorarme poco a poco de las tres hijas Feduchi. Demasiada presión para un Peter Pan. Acabé con los sentidos desbocados, y tengo que reconocer que el hecho de estar a pocos centímetros del premio Nobel tuvo una importancia relativa en comparación con la de estar tan cerca de tres hermosas jovencitas que con los años terminaron siendo buenas amigas.

Creo, aunque podría equivocarme, que Carmen tiene una de esas fotografías colocadas en una estantería de su despacho. No es buena, pero tiene el poder de evocar una noche en la que sudé como un bardo melancólico que discurre con un arpa en forma de cámara por los dominios de la Agente. En la década siguiente acabé trabajando en la agencia literaria, y recuerdo que cada nueva visita de García Márquez era anunciada por megafonía interna con la intención de que los trabajadores de la empresa desenfundaran sus bolígrafos dispuestos a que el colombiano les firmara uno de los nuevos ejemplares. Nunca me ha gustado que me tatúen  un ejemplar, aunque sea Gabo el que tuviera a bien plasmar su dedicatoria en las páginas vírgenes de mi libro. De García Márquez recuerdo que era un hombre serio, un tanto distante, convencido de su poder como escritor grandioso.

De aquella noche en casa de Carmen, lo que sigo manteniendo en el disco duro de mi memoria son esas tres chicas que me dejaron los sentidos absolutamente naufragados.