INTERFERENCIAS
Ya lo argumentó Robert W. Fogel
La esclavitud fue un negocio que a Estados Unidos le vino bien para ser una superpotencia
Esta es la América que lava su conciencia con libros enormes y películas magníficas. La misma que sabe, o debería saber, que la esclavitud fue un negocio que le vino bien para ser la superpotencia que es hoy. A muy pocos norteamericanos les gusta escuchar esta conclusión estructurada por el historiador económico Robert W. Fogel, profesor de la Universidad de Chicago premiado con el Nobel de 1992 junto a su colega Douglas North: la esclavitud era económicamente viable y muy productiva. Una aclaración para escépticos: Fogel era judío (como Woody Allen), de principios marxistas (de Karl, no de Groucho) y estuvo casado con una negra (como Robert De Niro).
La América de Barack Obama tiene muchos colores. El dominio del negro afro y del blanco tostado latino en la noche de los Oscar eclipsa al resto de las tonalidades de los seres que pueblan el país del dólar, el rock and roll, las hamburguesas y las bebidas bajas en calorías. La fotografía resultante -un grupo de actores blancos aplaudiendo al videoartista británico Steve McQueen y a la actriz kenianomexicana Lupita Nyongo'o- no es un espejismo ni una efímera merienda de negros. El color que de verdad manda aquí, y en Estados Unidos, es el del dinero. Hombre pobre, hombre rico. Entre el mendigo que recolecta latas en un carrito en el mismo hipermercado donde se cobija por las noches, bajo un donut gigante, y el millonario blindado en una mansión de Los Ángeles existe un abismo gigantesco, trazado por el dinero más que por la diferencia racial. Que también.
La oscarizada 12 años de esclavitud marca otro hito en la interminable peregrinación norteamericana para revisar su historia y lavar pecados centenarios. Nadie puede borrar los años de explotación del hombre (blanco) sobre el hombre (negro), pero al menos se rinde homenaje a los millones de víctimas de la esclavitud. Las del siglo XIX y las del siglo XXI. Difícilmente se olvidarán las escenas más violentas de esta película, desagradable en muchos momentos, que se exhibirá en los institutos norteamericanos, como aún perdura en nuestra memoria de telespectadores el chasquido del hacha que mutiló a Kunta Kinte en Raíces, la serie que atragantaba la cena de los domingos, allá por los años 80.
Hasta esta edición de los Oscar 2014, el hombre y la mujer afroamericanos (terrible eufemismo en beneficio de lo políticamente correcto, para esquivar palabras tan rotundas como negro y negra) nunca se vieron tan bien representados. Que Hollywood se democratizó con las estatuillas a Sidney Poitier, Denzel Washington o Halle Berry, pero aún no había llegado un homenaje global al árbol genealógico norteamericano, que no es otro que la historia de un hombre que fue esclavo durante 12 años solo por el hecho de ser negro. Valga como homenaje la versión tuneada por este diario: el tío Oscar con cabellera a lo Jackson Five -como el hijo del alcalde de Nueva York, Billy de Blasio-, de nariz, labios y pómulos dignos de Muhammad Ali y tonalidad de piel dorada mesopotámica.
Oscar para la América de Barack Obama, con el permiso de los ingrávidos mexicanos Alfonso Cuarón y Emmanuel Lubezki.
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