Hovik Keuchkerian

A punto de dar el golpe

Monologuista, poeta y campeón de boxeo, el intérprete de 'Alacrán enamorado' aspira a conquistar el Goya al actor revelación mientras prepara su primer disco.

Hovik Keuchkerian, el martes, junto al Goya gigante que preside la sede madrileña de Academia de Cine.

Hovik Keuchkerian, el martes, junto al Goya gigante que preside la sede madrileña de Academia de Cine. / JOSÉ LUIS ROCA

OLGA PEREDA

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Entre en Youtube y escriba «croquetas». El primer vídeo que le aparecerá no es el de ninguna receta culinaria sino el del brutal (y largo) monólogo de Hovik Keuchkerian. Imposible no verlo sin llorar de risa. «La primera vez que vi una barra de pan tenía 7 años. Yo tenía 12». Parece que Hovik llevara toda su vida en un escenario. Pero no. Era la segunda vez que grababa un monólogo para Paramount.

Aquel día, antes de salir de casa, abrió el armario y cogió una camiseta. Se la puso. Por aquel entonces pesaba 123 kilos. Se miró al espejo y pensó: «Parezco un ñu embutido en una morcilla de Burgos». Llamó desesperado a un amigo, que le prestó una camiseta de fútbol americano tamaño XL elevado a la tercera potencia. Se la puso y se volvió a mirar al espejo: «Parezco delgado». Y se fue a grabar su monólogo. El éxito del show fue de tal envergadura que aquel día nació un actor de televisión y de cine.

El domingo que viene, Hovik (que sigue midiendo 1,91 pero ha perdido en el camino muchos kilos) opta al premio Goya al mejor actor revelación por Alacrán enamorado, una película enmarcada en un mundo que él conoce al dedillo: el boxeo. Antes de ser actor y monologuista, fue un púgil dos veces campeón de España. Hovik también escribe poemas y está a punto de sacar un disco. ¿Hay algo que no haga? Sí, ponerse un traje. Ni para la ceremonia de los Goya. De los 17 a los 20 años, lo llevó cada día. Era camarero en el restaurante de su padre (también se ganó la vida como vendedor de enciclopedias) y acabó tan harto de los pantalones y las chaquetas que no quiere volver a saber nada de trajes.

De padre armenio y madre aragonesa, Hovik nació en noviembre de 1974 en Beirut. «Nací yo y empezó la guerra, así que mi padre nos sacó de allí y nos vinimos a España», cuenta. No fue buen estudiante. No le gustaban los libros. A cambio, se le daban bien los deportes y su hermano le instó a que montara un gimnasio. Lo hizo con 22 años y todavía lo tiene. Allí, en su gimnasio, empezó a coquetear con el boxeo. La primera vez que se subió a un ring le entró pánico. «Por eso seguí con ese deporte. Porque si algo me da miedo lo hago hasta que lo puedo controlar».

El rey del cuadrilátero

Durante años fue el rey del cuadrilátero. Pero un día perdió la ilusión. Dejó de sonreír. Se lo bebió todo. Y se rompió. «Me volví loco», revela dejando entrever que su entrada en un pozo sin fondo vino por problemas personales, «como los que tiene todo el mundo».

En el 2004 dejó de combatir. Pero al año siguiente publicó su primer poemario. En el 2008, el segundo. El tercero, en el 2012. «Empecé a escribir al día siguiente de independizarme de mis padres. Fue en un bar, cogí una servilleta y me puse a escribir. Ahora mi editor quiere que redacte mi autobiografía, pero no lo voy a hacer. No tengo tantos años como para eso. Y, además, yo no me ato a ningún molde. Mi escritura es muy libre. ¿Una autobiografía? Pues no. A lo mejor lo que sí publico son Relatos de Keuchkerian. A lo mejor».

También recuerda perfectamente cómo empezó con los monólogos. Su amigo, el mago Jorge Blass, le llamó un día y le dijo: «¿Por qué no te subes mañana al escenario conmigo y cuentas lo mismo que ayer nos contaste en la cena cuando todos acabamos tirados por el suelo de la risa?»

Igual que meter un gol

A Hovik le apeteció. De niño, era la estrella de todos los cumpleaños de sus amigos. Empezaba a contar historias y ninguno podía parar de reír. Con la propuesta de Blass, Hovik rememoró sus tardes de gloria de cumpleaños y se ilusionó. Aquello sucedió a finales del 2007. Al año siguiente, grabó Croquetas, su segundo show para Paramount, que le convirtió en estrella absoluta de los monólogos. «Es muy gratificante hacer reír. Es como meter un gol. Ver a peña muerta de risa es la hostia», comenta.

Los productores de la serie Hispania (Antena 3) se fijaron en él a raíz de los monólogos. Le llamaron y le ofrecieron un papel. Fue ahí cuando Hovik se enamoró del oficio de actor. Su oportunidad en cine llegó con Alacrán enamorado. Su papel (empleado de un gimnasio donde se practica el boxeo) lo iba a hacer Roberto Álamo, pero causó baja y alguien del equipo dijo su nombre. El director, Santiago Zannou, fue a verle al teatro y se convenció en medio minuto. «Cuando conocí a Carlos Bardem -actor en la película y autor de la novela en la que está basada- nos hermanamos para siempre en cinco minutos».

Hovik también se ha hermanado con el cine. Suelta la lista de películas en las que ha participado después de Alacrán enamorado y cualquiera que le escuche pierde la cuenta. Como la pierde también cuando recita uno de los bellos poemas que incluirá en el disco que está a punto de sacar al mercado. «Perdón -corrige entre risas- no es un disco. Es un discazo». ¿Recitará un poema si consigue el Goya? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el cabezón terminará en casa de su hermano, la persona que le salvó del pozo profundo en el que un día se metió.