UNA FIGURA CLAVE PERO POCO RECONOCIDA
Retrato de un editor
Josep Janés (L'Hospitalet 1913 - Els Monjos, 1959) iba sobrado de kilos, le gustaba la buena mesa, la velocidad -de hecho, un accidente de coche se lo llevó a los 47 años- pero por encima de todo, su pasión fue hacer libros. Y los suyos fueron algunos de los más elegantes de la triste edición española de posguerra: tapa dura, en tela, cosidos a mano, con un papel quizá no excelente pero bien tratado. Janés, de quien se cumple ahora el centenario de su nacimiento, empezó como poeta catalán, y no malo, antes de la guerra, y aunque en su adolescencia abrazó el independentismo del 'avi' Macià, ejerció después un catalanismo tibio, y acabada la guerra Josep se reconvirtió en José, se obligó a olvidar sus sueños poéticos y reapareció como «uno de los mejores y más completos editores españoles» del siglo XX», como asegura Andrés Trapiello.
Una biografía en la que el también editor Josep Mengual ha empleado una década devuelve esa figura hoy desconocida que ha llegado hasta nosotros gracias a la pervivencia del sello Plaza & Janés, que solo fue creado a su muerte, en 1959, cuando el editor Germán Plaza se quedó con los fondos de su colaborador y amigo. 'A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor' (Debate) aparece en una edición decididamente janesiana. El libro de Mengual amplía la única biografía existente del editor, firmada por Jacqueline Hurley, centrada en los años republicanos, cuando estuvo al frente de 'Quaderns literaris', que por 75 céntimos prometía una novela cada jueves.
No importa que Janés muriera prematuramente, la personalidad extrovertida, cálida, de buena gente, hasta hace relativamente poco era recordada por los más viejos del lugar, así como sus historias. Las famosas anécdotas de Janés. Capaz de montar su editorial prácticamente solo en la habitación de la plancha en su piso de buen burgués de la calle de Muntaner. Mejor editor que estratega económico, solía decir que él era «hombre de letras, pero de letras de cambio». «Era un buen gestor de equipos pero las cuentas no le acababan de salir», sostiene Mengual quien evoca a modo de ejemplo el armario en el que Janés amontonaba los manuscritos de las traducciones que pagaba por adelantado, sabiendo que no los iba a publicar, tan solo por echar una mano a sus amigos de exilio o represaliados, algunos de ellos incapaces de escribir en un buen castellano.
En lo público, en el catálogo de Janés, que se desplegó en un sinfín de colecciones donde junto a 'best-sellers' de la época como Lajos Zihaly o Maurice Baring se daban la mano Knut Hamsun, Hemingway, Faulkner (publicado en 1944, nada menos), Virginia Woolf o Hans Fallada. Y autores hoy tan bien recibidos como Woodehouse o Stefan Zweig llegaron a las librerías gracias a él. Como el resto de sus colegas, pero más vigilado por el régimen por el pecado original catalanista, Janés se las tuvo con la censura pero, siempre posibilista, se plegó a las exigencias y atenuó y cortó escenas incluso antes de depositar los libros ante los censores. «Se le reprochaba que inundase el mercado con traducciones de países aliados y se le pidieron autores patrios». Por esa rendija empezó a colarse una nueva narrativa ya que Janés dio a conocer nombres como Paco Candel, Antonio Rabinad o Francisco González Ledesma.
Pique con Lara
Una de las perlas del anecdotario janesiano tiene que ver con la compra de la primera editorial a José Manuel Lara padre, que se llamaba precisamente Lara, en un momento de debilidad económica del que posteriormente sería el magnate de Planeta. Lara nunca le perdonó el no poder utilizar su apellido en su empresa y Janés, guasón, solía decir que la editorial L.A.R.A. era el acrónimo de 'los autores realmente antifascistas'. «Y eso, a un hombre que como Lara había entrado por la Diagonal con las tropas de Yagüe, tuvo que dolerle», reconoce Mengual. No es extraño que a la muerte de Janés, Lara quisiera, sin fortuna, comprar sus fondos.
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