Una de las creadoras más publicitadas y codiciadas

La leyenda Leibovitz, Príncipe de Asturias

La fotógrafa se alza con el premio de Humanidades

La leyenda Leibovitz, Príncipe de Asturias_MEDIA_1

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ELENA HEVIA
BARCELONA

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Alguna mala lengua habrá que diga que el jurado del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades no se ha arriesgado excesivamente al premiar a la que hoy por hoy es considerada la mejor fotógrafa del mundo. Si no lo es, Annie Leibovitz (Connecticut, 1949) compite con furia por ser la más brillante, la más publicitada, la que mueve las cifras más astronómicas gracias a sus memorables portadas en las revistas más codiciadas, la más cercana al poder político y a la flor y nata del glamur cultural y del mundo del espectáculo. Y es que si no te ha fotografiado Annie Leibovitz no eres nadie.

Ante el dilema arte o comunicación, el trabajo de la fotógrafa se ha decantado por la creación, aunque como recordó el jurado, esta «dinamizadora del periodismo mundial» guarda un pasado de fotoreportera en la guerra del Líbano (también estuvo en Sarajevo) que poco tiene que ver con sus imágenes más ligeras como retratista. Si en el pasado reyes y poderosos pagaban a los artistas para el retrato que los conduciría a la inmortalidad, hoy fotógrafos como Annie Leibovitz han recogido ese testigo con un efecto colateral, sus retratos también hacen historia. Repasar la lista de sus fotografías es como abrir un álbum de cromos de los iconos del siglo XX.

Ahí está John Lennon desnudo en posición fetal abrazando a Yoko Ono; la foto es hermosa pero sobrecoge pensar que pocas horas después se encontraría con la bala de su asesino. O aquella en la que Nixon (al que no se ve) abandonaba la Casa Blanca en helicóptero mientras recogían la alfombra roja que ya no volvería a pisar. AdemásBorn to run no seríaBorn to run sin el retrato que Leibovitz hizo de Bruce Springteen, fuerte y delicado a la vez, para la portada de ese disco fundamental. Sin olvidar su vocación epatante con Demi Moore mostrando todo el esplendor de su embarazo (ese desnudo fue muy imitado, tanto que la propia Leibovitz se animó a retratarse embarazada a los 52 años, pero el efecto, claro, no era el mismo) o Carl Davis calzando tacón de aguja. Metida a creadora de emociones no le hizo ascos a recrear dioramas de la Disney con famosos (un tantokitsch) o los sofisticados momentos creados para Vuitton.

El sumum del estrellato lo obtuvo en el 2007 cuando puso a tiro de su óptica nada menos que a la reina de Inglaterra con la que no se permitió ninguna fantasía. Aunque sí hubo un paso en falso al pedirle que se quitara la corona lo que generó no poco ruido mediático porque cualquier inglés de bien sabe que ese adorno es y debe llamarse tiara real.

MAL GENIO / Leibovitz, que es hija de un coronel de las fuerzas armadas, tiene fama de tener un humor de todos los demonios. Sabe muy bien lo que quiere y cómo debe retratarlo, así que solo los colaboradores que la conocen bien se adaptan, resignadamente, a sus exigencias castrenses. En sus libros ha contado que su vocación como fotógrafa nació a bordo del coche en el que se desplazaba a lo largo de todo Estados Unidos y del mundo a causa de los múltiples traslados de su padre. «Ver el mundo a través de una ventanilla me enseñó a encuadrar».

De formación autodidacta, llegó a San Francisco en el momento preciso, los años 70, y se convirtió en una más de la dorada bohemia contracultural de Haight - Ashbury. Esa década la pasó en la revistaRolling Stonedonde, entre otras cosas, acompañó a sus satánicas majestades en la gira de 1975 en las que compartió tantos excesos que estuvo a punto de no contarlo.

Trasladada a Nueva York y convertida en la fotógrafa estrella deVanity Fair, en 1988 se le encargó la portada del libroEl sida y sus metáforas. No solo fue un retrato intenso de su autora, la gran intelectual neoyorquina Susan Sontag y su rebelde mechón blanco, también fue el principio de una relación sentimental que duró hasta la muerte de la escritora en el 2004, aunque nunca llegaron a compartir un hogar común. Y como el vínculo fue oficialmente secreto -aunque bien conocido en Manhattan- hasta la muerte de Sontag -más celosa de su intimidad- eso les acarreó no pocas críticas de los colectivos de lesbianas.

«Cuando me di cuenta de que me había olvidado tener hijos tenía 51 años», aseguró Leibovitz. Así en la cumbre de su fama profesional, Leibovitz tomó una de las decisiones más radicales de su vida. Decidió ser madre, nunca es tarde, con un donante. Sontag, que había formado su propia familia en el pasado y ya tenía un hijo, el escritor David Rieff, no quiso implicarse, aunque la apoyara y así nació la primera hija de Leibovitz, Sarah. Más tarde llegarían Susan y Samuelle por medio de una madre de alquiler. La rumorología quiso ver en Rieff el donante secreto pero la madre de la fotógrafa hizo un desmentido público tildando de «barbaridad» la suposición.

Hace cinco años, Rieff, en un impresionante libro sobre la muerte de su madre definió como «humillantes y carnavalescas» las fotos que Leibovitz había hecho a Sontag en su lecho de muerte y que formaron parte de su exposición más íntima. Por una vez la cronista del glamur quiso mostrar su rostro más oscuro.