CRÓNICA
Verdi descafeinado
La orquesta del Liceu brilla en un montaje sin emoción de 'La forza del destino'
Inauguración de temporada del Liceu con la versión íntegra deLa forza del destino. Esta obra de Verdi, también citada comoLa innombrable, por estar asociada a desgraciados hechos, volvía después de 30 años de ausencia casi como una metáfora de un momento de renovadas convulsiones a causa del duro recorte del Ministerio de Cultura a la institución para el 2013. Las incógnitas sobre el futuro presidieron, la noche del martes, el ambiente, aunque la dirección del teatro expuso la voluntad de buscar soluciones que eviten caer en una nueva espiral de tensiones en la casa.
Ojalá sea así, pero la producción que ha abierto el ejercicio, no ha respondido del todo a las expectativas. Excelente la dirección del verdiano Renato Palumbo al frente de la orquesta, bien respaldada por el coro reforzado por la coral de Amics de l'Òpera de Girona, pero irregulares las prestaciones de los cantantes y carente de emoción la descafeinada puesta en escena de Jean-Claude Auvray.
La función discurrió sin reacciones contrarias de un público convencido de que un montaje que no moleste al canto es mejor que otros con más personalidad pero que puedan perturbar el discurso musical. La acción se desarrolla en un espacio casi desnudo. Destaca la presencia de un Cristo sin cruz colgado de espaldas a la sala, aunque la buena iluminación y colorista vestuario animan los momentos más dramáticos y los costumbristas.
La complicada trama del conflicto pasional de la obra dificulta su resolución. La falta de unidad entre las escenas trágicas, las populares y las bufas obliga a un esfuerzo de imaginación que Auvray no muestra. Deja hacer a los intérpretes y estos dan rienda a su escasa expresividad. Por suerte ahí está Palumbo para darle a cada escena el sentido musical que le corresponde. Magnífica, y muy aplaudida, la interpretación de la obertura del final del primer acto.
EL REPARTO / De los intérpretes, el mejor fue Ludovic Tézier (Don Carlo), con un canto de gran belleza, manifestado sobre todo enUrna fatale. Violeta Urmana (Leonora) defendió con cierta inseguridad un papel poco adecuado a sus características, aunque sacó sus sobrados recursos en momentos como suVergi degli angeliy enPace, pace, mio Dio. Marcello Giordani fue un Don Álvaro con poderosos pero mal controlados agudos y que perdió matices al bajar al centro. Del resto destacó la vis cómica de Bruno de Simone (Melitone), mientras que Marianne Cornetti (la gitana Preziosilla) y Vitalij Kowaljow (padre guardiano) se mostraron correctos.
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