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Barnes & Noble, Tower Records y el fin del mundo
Durante bastante tiempo, una de mis esquinas favoritas de la ciudad de Nueva York fue la de Broadway con la calle 68, justo por encima del Lincoln Center. A un lado estaba Tower Records, cuatro plantas de discos y videos en las que te podías pasar horas; al otro, Barnes & Noble, otras cuatro plantas de libros de todo tipo. Primero cerró sus puertas Tower Records (y empecé a intuir, parafraseando la canción de REM, que se acababa el mundo que conocíamos), y ahora me entero de que Barnes & Noble chapará a finales de diciembre porque pierde dinero a espuertas.
Algunos optimistas, resentidos contra las grandes empresas del sector cultural, se alegran porque están convencidos de que volverán las pequeñas librerías y las tiendas de discos con criterio. Ojalá fuese así, pero me permito dudarlo. Mi natural apocalíptico me lleva más bien a pensar que dentro de poco no quedará en el mundo ni una de esas tiendas en las que nos abastecemos los carcamales cuyo amor por los objetos culturales nos impide bajarnos música y cine de internet o leer libros en un iPad.
Puede que nos lo hayamos buscado, por dinosaurios, por negarnos a entender las infinitas posibilidades de internet (el gratis total, sin ir más lejos), por insistir en almacenar basura en una versión intelectual del síndrome de Diógenes, por manosear los objetos además de escucharlos, verlos o leerlos, por no haber superado, en suma, lo que Freud definía como la fase anal. Pero aún quedamos unos cuantos defensores del papel y las cajitas.
Hace unos días, por ejemplo, el estupendo cantautor tejano Micah P. Hinson, que aún no ha cumplido los 30, se lamentaba del escaso interés que mostraba la gente de su edad por los objetos culturales. «¿Es que no les gusta oler las páginas de un libro? -se preguntaba-. ¿No disfrutan acariciando la tapa de un disco de vinilo?».
Pues parece que no, amigo Micah. Eso ya es solo cosa de cuatro vejestorios (físicos o mentales) como tú y yo. Lo virtual le ha ganado la batalla a lo tangible. Y lo más probable es que eso sea de una lógica inapelable. Aunque la vida del paseante cultural resulte ahora mucho más aburrida y nos hagamos acreedores a la rechifla general por ser unos majaretas que se dedican a olisquear libros y a acariciar fundas.
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