ESCLAVITUD EN EL SIGLO XXI

"Nunca me siento del todo segura"

Shandra Woworuntu viajó de Indonesia a EEUU con una promesa laboral y acabó como esclava sexual

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IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Cuando salió de Indonesia rumbo a Estados Unidos en junio del 2001, Shandra Woworuntu era una joven de 24 años con esperanzas. De familia acomodada pero educada en ser independiente, esta licenciada en gestión de empresas había perdido por la crisis económica de su país su trabajo en banca y se veía forzada a buscar opciones. Creyó encontrarlas en un anuncio que prometía un trabajo en un hotel de Chicago que en seis meses le permitiría ahorrar casi 20.000 dólares. Superó las pruebas y tomó la difícil decisión de dejar a su hija de tres años al cuidado de la abuela. Voló, ilusionada. No sabía que iba a convertirse en una esclava.

Las pistas estaban ya en el aeropuerto JFK de Nueva York, donde aterrizó, pero no supo verlas porque, como cuenta ahora en un parque de Queens, “nunca imaginas que estás en este tipo de situación”. Un hombre llamado Johnny la recibió, se quedó su pasaporte y la puso con otras dos mujeres en un coche. Tras varios cambios de vehículo e intercambios de dinero entre quienes las transportaban, llegaron a una casa en Brooklyn. Y ahí entendió que nadie la iba a llevar hasta Chicago.

OBEDIENCIA FORZADA

Cuando se abrió la puerta lo primero que vio fue una adolescente llorando y sangrando mientras la golpeaban unos hombres. Alguien movió un bate de béisbol frente a Woworuntu. “Estaba confundida”, pero empezaba a entender. Pidió a Dios que le ayudara. Y tomo una decisión: “Obedecer”.

En unas horas, a esa mujer a la que pondrían el apodo de 'Candy' la habían violado y empezaban a venderla a gente que pagaba, a otras personas, para tener sexo con ella. A veces era en el burdel. Otras, en un hotel-casino, donde la llevaban de habitación en habitación, cada 45 minutos. Los clientes pagaban ahí entre 120 y 350 dólares pero por cada uno de ellos Woworuntu solo descontaba 100 dólares de la deuda que sus traficantes le aseguraban que tenía con ellos: 30.000 dólares. 300 hombres.

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“Estaba avergonzada. No sabía cómo me sentía. Me obligaban a tomar drogas y alcohol. Pero obedecía porque lo primero era salvar mi vida”, relata. Aunque la paralizaba el hecho de no conocer a nadie en la ciudad ni el país, “siempre pensaba en escapar”, y lo intentó, “muchas veces”, hasta que lo consiguió huyendo por la ventana de la habitación de un hotel.

AUTORIDADES INCRÉDULAS

Era Navidad y ahí empezó otra odisea. La policía, que no la creyó; el consulado de Indonesia, que tampoco la ayudó; convertirse en una sin techo más de Nueva York, “la parte más dura". Hasta que en un parque topó con un hombre que la escuchó, llamó al FBI y logró que la policía la escuchara. Ese mismo día llevó a los agentes hasta el burdel de Brooklyn. Johnny y otros dos traficantes fueron arrestados. El testimonio de Woworuntu ayudó a encarcelarlos.

Un grupo que trabaja con víctimas de esclavitud, Safe Horizon, la ayudó y logró que pudiera reunirse con su hija, que llegó en el 2004 a EEUU. Luego se casó (con un hombre indonesio que la maltrató) y tuvo a su segundo hijo. En el 2009 se separó y logró también el permiso de residente permanente en EEUU. En el 2014, junto a otra mujer que fue niña esclava (explotada laboralmente), un antiguo policía y otro activista contra la esclavitud, fundó Mentari, una organización que ayuda a otros supervivientes con educación, formación y esponsorización. Era cuestión, como explica, "de transformar la rabia en acción".

LA TERAPIA DE HABLAR

Pero hay secuelas. Aún va a terapia. Toma medicación. Y aunque ha aprendido mecanismos para lidiar con sus ansiedades, ya no llora, asegura que “ya no hay vergüenza” y encuentra tratamiento en contar su historia (“cuanto más lo hago mejor me siento”). Pero hay heridas que no cicatrizan. “Nunca me siento del todo segura”, cuenta esta mujer que ha declarado en el Congreso, ha sido fichada por el gobernador de Nueva Jersey y tiene buena parte de su foco puesto también en su Indonesia natal, donde edita un cómic alertando de los riesgos de ser esclavizado. “Es difícil confiar en la gente: unos me convirtieron en mercancía, otros abusaron de mí".