VISITA A UN COMPLEJO DE OCIO DEL PROMOTOR DE EUROVEGAS

Las Vegas en Singapur

Los singapurenses reconocen el beneficio económico que genera el casino de Adelson, pero les preocupa que aumenten las ludopatías

Vista de la bahía Marina de Singapur, con el complejo de  Sands a la izquierda.

Vista de la bahía Marina de Singapur, con el complejo de Sands a la izquierda. / periodico

JOSEP M. BERENGUERAS / Singapur (Enviado especial)

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Cuando se le pregunta a un singapurense por el Marina Bay Sands (ellos lo conocen como MBS), la mayoría hacen referencia a un «hotel», un «centro comercial» y una «zona ganada al mar». Sin embargo, al mencionar la palabra clave, todos reconocen que en el interior también hay un casino, tan poco escondido que está a 20 metros de la salida de metro e integrado en el centro comercial como si del Carrefour de La Maquinista se tratara: entre tienda y tienda, el casino.

La sala de juego forma parte del complejo construido por Las Vegas Sands, la misma compañía estadounidense que quiere instalar el Eurovegas en Catalunya o en Madrid. Aquí, en Singapur, el magnate Sheldon Adelson ganó un concurso público del Gobierno para edificar la zona, ganada al mar. El hotel de tres torres (2.562 habitaciones) coronado por una gran plataforma es el icono, pero debajo hay un centro de convenciones, dos teatros, un museo, una gran zona de paseo y un centro comercial de 800.000 m2 donde se asientan las firmas de lujo más internacionales. Y, cómo no, el casino.

Al igual que en el Carrefour, las bolsas y las mochilas se dejan en la taquilla (guardarropa en este caso). Los extranjeros (no residentes) entran gratis, pero los lugareños deben abonar 100 dólares singapurenses (unos 60 euros) para entrar, una medida que busca alejar a los locales. «Si nos vamos a jugar 600 euros dentro de un momento, ¿a quién le importa pagar 60?», reflexiona un singapurense de unos 40 años mientras saca dinero de uno de los 12 cajeros automáticos que hay justo al lado de la entrada principal. Muestra el pasaporte (los menores de 21 años tienen prohibida la entrada) y... a jugar.

El casino ocupa 15.000 m2. En el nivel inferior hay una gran plaza con la mayoría de las mesas de los juegos más populares (ruleta, black jack, bacarrá y Sic Bo -dados-, entre otros). En los dos niveles superiores, siempre con vistas a la plaza, se pueden encontrar más mesas y las versiones electrónicas de los mismos juegos, sin olvidar las 1.500 máquinas tragaperras ni las 30 salas de juego privadas. Se puede fumar en el interior (es una de las leyes que el casino pactó con el Gobierno no tener que cumplir), aunque en la práctica casi nadie lo hace.

Mayoría china

Dentro, la mayoría de los jugadores son chinos -aseguran en el punto de información- y, aunque a primera vista esa no sea la impresión, alrededor de un 40% son mujeres. «Venimos un grupo de 40 personas desde Pekín, y una de las paradas del viaje es el casino», explica Cheung en un inglés más que irregular. No tendrá problemas dentro del casino, ya que el 95% de los crupieres hablan mandarín (el 77% de la población de Singapur es originaria del gigante asiático).

A media tarde de un día entre semana se podría decir que el recinto funciona con el 70% de ocupación. Las tragaperras tienen mucho éxito, así como las mesas de los crupieres más simpáticos (las señoras los adoran y les premian con generosas propinas). Pero, como en todos los casinos, y el Marina Bay Sands no es la excepción, la banca también gana siempre. «No podemos explicar cuánto ganamos, pero sí que te puedo decir que aquí hemos encontrado trabajo 12 chicos de mi barrio», afirma el joven crupier Tang.

El cliente, por supuesto, es tratado entre algodones (bebidas gratis: café, té, Sprite, Coca-Cola y agua), e incluso se pueden apuntar a un club de fidelización que premia el mayor número de apuestas con puntos intercambiables por descuentos en el hotel y en las tiendas. Justo al lado de los folletos de este club, se encuentran otros trípticos que, bajo el título Juega con responsabilidad, presentan tres preguntas para que los clientes sepan si son adictos al juego y dónde llamar para recibir ayuda.

La factura social

«¿Un casino así en España? Pero si aquí se ve el mar, los rascacielos delante, las mejores tiendas... ¿Es eso posible en el centro de la ciudad?», cuestiona Yeng, que acompaña a su marido (llevan media tarde en el lugar y asegura que no se van a gastar «más de 300 euros»). ¿Iría a España a jugar? «Lograr visados para ir allí es complicadísimo», responde tajante. «¡Aunque me lo pensaría si fuera posible!», añade. Cerca, dos americanos juegan al Sic Bo«Hemos estado en Atlantic City y en Las Vegas también. Es una manera de pasar la tarde. ¿Un casino en Barcelona? ¡Me apunto! Pero pensaba que las ciudades que instalan un casino así es porque no tienen mucho más que ofrecer...», razona Paul Johnson.

Zhang, un singapurense de origen chino que pasa por delante del casino con sus hijas de 7 y 9 años, expresa una opinión extendida: «Ha creado puestos de trabajo, eso es cierto. Pero también traerá muchos problemas sociales, por la gente que se enganche al juego», señala. «Oficialmente estamos muy contentos por los turistas que trae y por el dinero que genera el complejo. Pero… ¿Vale la pena el precio social que pagaremos?».