UNA MUERTE DIGNA

Brittany, muerte con causa

Brittany Maynard, en una fotografía tomada el año pasado.

Brittany Maynard, en una fotografía tomada el año pasado.

IDOYA NOAIN / NUEVA YORK

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Al reverendo Ignacio Castuera, pastor metodista en Los Ángeles, doctor en Religión y desde hace 15 años voluntario en el movimiento a favor de la muerte digna en Estados Unidos, se le ilumina la voz cuando al otro lado del teléfono habla de Brittany Maynard. "Es un regalo de Dios, un caso providencial, una heroína".

Maynard es la mujer de 29 años que el pasado abril, solo unos meses después de casarse, fue diagnosticada con un cáncer cerebral en fase 4 que le daba una esperanza de vida de no más de seis meses. Si se hubiera quedado en California su sentencia de muerte habría quedado en manos del tumor, pero, tras descartar las opciones de tratamiento de un cáncer incurable, decidió mudarse a Oregón, uno de los cinco estados de los 50 de EEUU donde la ley permite tomar el control sobre cómo y cuándo morir.

Maynard dio otro paso que pocos en su condición toman: hacer público su caso, empezar a colaborar con Compasión y opciones, el grupo más veterano en el movimiento a favor de la legalización de la muerte digna, e intentar elevar el debate -y la acción- sobre uno de los más complejos asuntos morales y legales que la sociedad y los políticos parecen alérgicos a resolver. "No quiero atención, de hecho es difícil de procesar", escribió en la web de una fundación que ha creado. "Lo que quiero es ver un mundo donde todas las personas tengan acceso a la muerte con dignidad como yo".

"No soy una suicida"

El discurso de Maynard y su disposición a compartir su proceso mental y físico, colgando fotos y vídeos que muestran su cuerpo hinchado por una medicación que debería reducir el tumor, han puesto rostro y emoción a una discusión que fácilmente se pierde en lo abstracto. En CNN, por ejemplo, escribió: "Hace semanas que tengo la medicación. No soy suicida. Si lo fuera, me habría tomado los fármacos hace tiempo. No quiero morir pero me estoy muriendo y quiero morir en mis propios términos. Yo no le diría a nadie que debe elegir la muerte con dignidad, pero me pregunto: ¿Quién tiene derecho a decirme que no merezco esta opción, que merezco sufrir semanas o meses un tremendo daño físico y emocional?"

Es una conversación necesaria porque tanto la sociedad como los profesionales están divididos. El año pasado, en una encuesta del 'New England Journal of Medicine' entre más de 1.700 médicos, el 67% se mostraron contrarios a la práctica, bautizada legalmente como "muerte asistida por médico", aunque los facultativos solo prescriben la medicación, no la administran. Otro sondeo del centro Pew mostró un 47% de la población a favor y un 49% en contra. Una tercera encuesta, de Gallup, puso de manifiesto otro problema: cuando se pregunta si un médico puede ayudar a un paciente a "cometer suicidio", solo el 51% lo apoya, pero si la pregunta plantea si un doctor puede "acabar con la vida de un paciente por un método no doloroso" el respaldo sube hasta el 70%.

"Los términos que se usan son muy importantes", ratifica Castuera, que habla de «acelerar el proceso de la muerte». Él, además, huye de "control", otra palabra frecuente en el debate sobre los enfermos con acceso a la muerte digna, y prefiere que se hable "de autonomía o, mejor aún, de autarquía".

Puerta abierta

Maynard había marcado el día de hoy para tomarse la medicación letal, esperando a que pasara el cumpleaños de su esposo y tras cumplir el deseo de visitar el Gran Cañón, pero el miércoles dejó la puerta abierta a posponerlo porque, pese a los ataques, aún se siente bien. "Ponerse una fecha y luego alterarla pasa bastantes veces -explica Castuera-. Lo importante es que todo está en sus manos: su vida, su muerte y su decisión".

Cuando llegue el momento -y Maynard cree que "llegará" porque se siente "cada día más enferma"- tomará primero un medicamento contra las náuseas. Luego, beberá una disolución con el contenido de 100 pastillas de barbitúrico (secobarbital o pentobarbital). Quedará inconsciente en unos minutos y, en un tiempo variable que puede llegar hasta dos horas, morirá. Habrá decidido ella, no el tumor.