El regreso del merluzo

Ramón de España evita tratarse con cualquiera que no admire a Derek Zoolander, el más glorioso representante de la idiotez contemporánea

RAMÓN DE ESPAÑA

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Durante el verano de 2001 cayeron las Torres Gemelas de Nueva York y se estrenó 'Zoolander', sátira demencial del mundo de la moda cuyo protagonista era uno de los mayores cenutrios jamás vistos en una pantalla cinematográfica. Lo primero fue una catástrofe mundial; lo segundo pasó prácticamente desapercibido, aunque con el tiempo acabó convirtiéndose en una obra de culto en ambientes propicios al humor zopenco.

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El estreno de 'Zoolander' me pilló pegando la gorra en Wilmington, Carolina del Norte, donde me acogía una amiga murciana que daba clases en la universidad local, una de las pocas en todo Estados Unidos donde bastaba con ser un surfista decente para que te admitieran. Cuando mi amiga se negó en redondo a verla conmigo, debí intuir que lo nuestro no tenía ningún futuro, pero hay que reconocer que se portó: tras informarme de que ella no iba al cine a ver memeces, me llevó en coche a la sala, se fue a hacer unos recados, me recogió a la salida y me invitó a cenar a un restaurante que estaba muy bien (y creo que luego cedió a uno de mis caprichos habituales: aparcar unos minutos frente al edificio en que se rodó 'Blue velvet' para que me fumara un pitillo y pensara en Kyle McLachlan dentro del armario, viendo cómo Dennis Hopper brutalizaba a Isabella Rossellini). Eso sí, no hubo forma de convencerla de que se había perdido una película hilarante. Y mira que le conté con pelos y señales la secuencia en que Derek y sus colegas se ponen a bailar en la gasolinera y se rocían mutuamente de material inflamable -mientras suena 'Wake me up before you go go', esa cima de la estupidez pop-, hasta que a uno de ellos se le ocurre encender un cigarrillo y…

Ignorada en salas, 'Zoolander' tuvo una segunda vida en el videoclub y en la red, creándose poco a poco una red internacional de devotos de la película lo suficientemente nutrida como para propiciar la secuela que se acaba de estrenar. En el ínterin, 'Zoolander' ha sido un buen baremo para decidir si valía la pena seguir conversando con alguien o no. Nunca he conocido a ningún fan de Derek Zoolander que no fuese interesante, y evito tratarme con cualquiera que no admire al más glorioso representante de la idiotez contemporánea.

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