¡Ay, qué gracia tiene el ladrón!

¿Pues no va Montull, compinche de Millet en el saqueo del Palau, y nos anuncia que el juicio que los tiene sentados en el banquillo será muy divertido?

Fèlix Millet, Jordi Montull y Gemma Montull

Fèlix Millet, Jordi Montull y Gemma Montull / periodico

LUIS MAURI / BARCELONA

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¡Ja, ja, ja! Tienen que disculparme que empiece así, riéndome a carcajadas. ¡Ja, ja, ja! Por favor, no me lo tengan en cuenta, no es desconsideración, ¡ja, ja, ja!, es que no puedo parar, no puedo. ¡Qué risa, por Dios! Hacía años que no encontraba algo tan divertido. Y seguro que ustedes tampoco, admítanlo. ¡Ay, que me parto el pecho!

Qué salero tiene este Jordi Montull, compinche de Fèlix Millet en el saqueo de 34 millones de euros del Palau de la MúsicaPalau de la Música y en la intermediación del pago de mordidas a Convergència Democràtica (hoy camuflada tras la denominación PDECat) a cambio de concesiones del gobierno de Jordi Pujol. ¿Pues no va el ladrón y nos anuncia que el juicio que lo tiene sentado en el banquillo será muy divertido?

Sí, qué salero tiene el hombre. Y qué señorío. Eso es saber estar, pese a ser un chorizo confeso que se enfrenta a una petición fiscal de 27 años de cárcel. Con la testificación de sus fechorías y, sobre todo, de las cometidas por CDC con sus finanzas, Montull salvará a su hija Gemma, para quien el fiscal pide 26 años, de pisar la cárcel. Él y Millet no es previsible que pasen demasiado tiempo en la sombra. Con su avanzada edad y sus supuestos achaques, entrarán, saludarán, tercer grado y hasta luego, cocodrilo. Lo que en ambientes penitenciarios podría denominarse coloquialmente 'hacer un Núñez'.

ELEGANCIA Y BAJEZA

Eso es señorío y saber estar. Elegancia, diversión y buen humor ante la adversidad. No como esa gente tan desagradable que ves en los barrios, cabizbajos, cejijuntos, con la amargura infiltrada en los pliegues del rostro. Amargura, o depresión, o mala hostia, da igual, qué bajeza.

Qué fastidiosa es esa gente que no sabe encontrale la chispa a la vida. Que en vez de vestirse en el paseo de Gràcia, perpetúa las camisas con el cuello raído. Que en lugar de disfrutar del paraíso en las Maldivas, elige pasar el agosto entre el piso de 50 metros sin refrigeración y el bar mugriento de la plazoleta de abajo. Que pudiendo robar a manos llenas, se conforma con su salario, si lo tiene, y encima paga sus impuestos. ¡Ay, Dios, qué risa!