Tú y yo somos tres

Lesbos, nuestra vergüenza

FERRAN MONEGAL

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Aveces la tele nos golpea. Y sentimos vergüenza. El documental que caba de ofrecernos TV-3 en 'Sense ficció' ('To Kyma. Rescat en el mar Egeu') ha sido un mazazo en nuestro rostro. Nuestro rostro de europeos. El trabajo es obra de David Fontseca y Arantza Diez. Se han ido por su cuenta y riesgo, vaciando su humilde hucha de los ahorros, hasta la isla de Lesbos. Por compromiso consigo mismos, por compromiso con su oficio de informadores, por compromiso como seres humanos ante la vileza que Europa está permitiendo. Allí se han ido con su cámara, a la costa norte de la isla, llena de acantilados.

Y han seguido los esfuerzos que día y noche esta pequeña oenegé de Badalona, Pro-Activa Open Arms, está realizando, salvando todas las vidas humanas que pueden. Llegan los refugiados transportados por organizaciones mafiosas. Les cobran 1.200 euros por persona, prometiéndoles un viaje en condiciones. Pero son encerrados en cascarones y lanzados al mar, a su suerte. Cientos de niños, mujeres, ancianos, acaban ahogados. En este trabajo hemos visto la muerte. Pero, sobre todo, hemos sentido vergüenza. No son inmigrantes ilegales, aunque así los catalogue Europa. Son refugiados que huyen del hambre y de la guerra. Y aquí les damos un trato que no reciben ni los perros.

Decía Óscar Camps, el alma de esta oenegé: «No me siento representado por mi Gobierno ni por ningún Gobierno europeo, pero seguiremos aquí mientras la sociedad civil nos apoye». El trabajo de Camps y su grupo de voluntarios es heroico. Y lo que ha hecho Fontseca es enseñarnos, traernos a casa las imágenes de nuestra propia degradación. Un día este documental se transformará en referente. Nuestros hijos verán lo que nosotros, sus padres, sus abuelos, nunca debimos permitir como europeos, como seres humanos, que ocurriera.

Celebro que TV-3 haya hecho un hueco en su parrilla, tan llena de producciones del grupito de selectos beneficiarios que dominan su programación. Conozco a Fontseca. Es un outsider, un raro que no forma parte del pinyol de protegidos de la seva. Se lanza con sus propios medios, cámara en mano, cuando le hierve la sangre ante lo que está ocurriendo. Y luego, terminado el documental, le hace una visita al Santo Cristo de Lepanto de la catedral de Barcelona y le pone una vela. Para que le ayude a que el llamado motor de la industria audiovisual de Catalunya le permita dar sentido a su empeño.