intangibles

Felipe, la Moncloa y los bonsais

JORDI ALBERICH

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Uno de los elementos que más alimentan ese malestar tan arraigado en las sociedades occidentales es el convencimiento de un acuerdo implícito entre élites políticas y económicas para protegerse mutuamente, al margen de lo que conviene a la mayoría de la población. Un razonamiento exagerado, si bien debe reconocerse que políticos y adinerados han hecho, y hacen, lo posible para que parezca literalmente cierto.

Desde hace ya muchos años se venía advirtiendo de que íbamos camino de una fractura social pero, inmersos en una bonanza que aseguraban inacabable, ni unos ni otros atendieron a consideraciones que enturbiaran su tranquilidad. Así, no se supo parar y reflexionar acerca de lo que realmente fluía bajo ese manto de supuesto bienestar compartido, a la par que no pocos políticos elevaban a los altares a quienes acumulaban fortuna, al margen de cómo se producía esa acumulación.

Unas actitudes radicalmente alejadas de las virtudes que, se supone, deben animar la acción política, pues la defensa del interés general requiere reflexionar y mantener una actitud respetuosa, pero distante, con el poder económico. Y no es así, pues al observar la agenda de ministros, 'consellers' o alcaldes, la primera pregunta que uno se hace es: ¿tienen tiempo para pensar?. Yo creo que no, que caen en un frenesí de actividad innecesaria, en una especie de campaña electoral sin fin que les lleva de un sitio a otro sin parar. Por otra parte, me desagrada esa tendencia a los encuentros y ágapes, vacíos de contenido, en que se entremezclan personas del mundo del dinero y de la política. El necesario diálogo entre unos y otros debe guardar unas formas y un respeto hacia quien representa el interés general. Lo contrario es un exhibicionismo que no hace más que desprestigiar al conjunto de las élites, aunque parte de ellas se caractericen por la discreción.

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Todo ello me lleva a recordar los mejores años de Felipe González, aquéllos en que se produjo el gran salto adelante del país. Se le criticaba por cuidar bonsais y no salir de la Moncloa. A mí, siempre me pareció un signo de inteligencia por su parte pues, probablemente, mientras cuidaba sus plantas, su cerebro iba ordenando ideas y poniendo esa indispensable distancia con la inmediatez. Y recibiendo en la Moncloa, discretamente y sin la angustia de llegar a todas partes, seguramente percibía mucho mejor la realidad plural del país.

Ejemplos recientes como la fortuna amasada por los Clinton y el fichaje de Barroso por Goldman Sachs, o la ya tradicional e innecesaria fraternidad entre dinero y política en nuestro país, no hacen más que alimentar el malestar de una ciudadanía que necesita creer que sus electos defienden el interés general. La solución es sencilla: que quien representa el interés general ponga distancia y se pare a pensar.