El conflicto catalán
El largo 'postprocés'
Hay que reconstruir el contrato social. Ni una mitad muy contenta ni otra mitad muy cabreada: una amplia mayoría razonablemente satisfecha
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Rafael Jorba
Tomo prestado de un libro del escritor Jordi Amat el título de este análisis. El ‘postprocés’ va para largo. Se trata del principal punto de coincidencia de las partes en litigio. Fue el propio presidente Sánchez, en su primera entrevista tras la moción de censura, quien lo constató: “Lo que espero es que no vuelvan a la unilateralidad. La crisis en Catalunya no se va a resolver en un año ni en dos, ni en cinco ni seis. Vamos a estar ante una crisis que va a necesitar de generosidad y de esfuerzo de todas las partes durante la próxima década” ('El País', 24/VII/2018). El jueves, en Nueva York, el ministro Borrell amplió aún el plazo en relación a la reconstrucción de la unidad civil de Catalunya: “Llevará mucho tiempo; si tenemos éxito, puede llevar 20 años”.
Diez años para encauzar las relaciones entre Catalunya y el conjunto de España; 20 años para superar la actual situación de una Catalunya empatada consigo misma. Me parecen unas previsiones realistas. La política es el arte de resolver los conflictos y de hacer prevaler el interés general por encima de los intereses particulares. Ambos cometidos, sin embargo, deben abordarse desde el principio de realidad. Y la realidad, al término de un sexenio en el que la política ha sido la gran ausente, dibuja un campo de ruinas de difícil reconstrucción. Tanto de puertas adentro como de puertas afuera.
Primero, en nuestro escenario europeo, donde el largo ciclo de crisis económica ha desatado el vértigo de las clases medias y el auge de los populismos de distinto signo y bandera: las respuestas sencillas a las preguntas complejas. El movimiento independentista, resultado de la tormenta perfecta, en expresión del 'president' Montilla, entre la mala gestión del Estatut y el estallido de la crisis económica, se inscribe en este escenario. Solo la recomposición del modelo social europeo puede dibujar un nuevo ciclo virtuoso. Segundo, en el marco español, coincidiendo con el 40 aniversario de la Constitución, urge una puesta al día de la Carta Magna y unos nuevos pactos de la Moncloa del siglo XXI: qué modelo social queremos y de qué instrumentos nos dotamos para financiarlo. Y tercero, de Catalunya hacia adentro, debe recuperarse el catalanismo como común denominador para fraguar una propuesta que supere el esquema dual. Ni el 49% contra el 51% ni viceversa. Ni una mitad muy contenta ni otra mitad muy cabreada: una amplia mayoría razonablemente satisfecha.
En los tres escenarios -el europeo, el español y el catalán- está sobre la mesa la reconstrucción del contrato social. Se trata de una tarea que solo puede ser abordada desde un ejercicio de democracia consensual. El propio Rousseau, en su libro de referencia, explica cómo configurar la voluntad general: “Cuanto más graves e importantes son las deliberaciones, más debe aproximarse a la unanimidad la opinión dominante”. Hasta ahora hemos recorrido el camino inverso: un atracón de democracia ritual, saltando de pantalla en pantalla, hasta situarnos en la realidad virtual. Repito el mensaje inicial: el 'postprocés' será largo.
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