Gente corriente

Dulce María Anchundia: "Lo más doloroso ha sido repatriar a los muertos"

Ecuatoriana. Bien como funcionaria, abogada o al frente de su asociación, su vida son los inmigrantes.

Dulce María Anchundia

Dulce María Anchundia

MAURICIO BERNAL

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–Dulce María.

–Dulce María, así no más. Al que me dice señora Anchundia le va mal.

–Dice que lo peor que le ha tocado es repatriar a los muertos.

–Yo fui Defensora del Pueblo Ecuatoriano en España durante cinco años, del 2002 al 2007, y lo más desagradable, lo más doloroso, lo más duro que me tocaba era eso. Horroroso. Devolverle a una madre el cadáver de su hijo, a un marido su esposa, o viceversa, a un hijo su madre muerta, tener que enfrentarte con ese dolor cada semana... Era muy difícil.

Anchundia, Dulce María: una ecuatoriana que en el curso de la conversación se empeña en subrayar con orgullo su origen indígena, que habla también con orgullo de su frondosa cabellera (que lleva recogida), probablemente porque la conecta con su identidad indígena, y que desde el día en que emigró a España, a mediados de los 90, no ha regresado a su país, o no ha podido regresar, mejor, dice que porque si volviera tendría que quedarse: porque allá tiene media vida, y los recuerdos, y regresar sería tentar a la nostalgia.

–Una vez me tocaron 24 muertos en un mes. ¡Veinticuatro! Y era a final de año, y el presupuesto se había acabado, ¡no teníamos dinero! Lo único que yo tenía para sacar a la gente de los tanatorios era una carta, una especie de promesa de pago firmada por mi jefe. Y con ese papel me fui por los tanatorios recogiendo los cadáveres, imagínate, ¡imagínate!

–Horrible.

–Sí, horrible. Pero es que yo he visto muchas cosas. Como abogada también. Una vez, por ejemplo, tuve que traer a un señor de 66 años desde Ecuador... y no desde Quito, no, desde el campo... A su hija, embarazada, la habían detenido por drogas, había dado a luz en la cárcel y después de estar tres años en un módulo especial, con la pequeña, como dicta la ley, había que encontrar a un familiar porque si no a la niña iban a entregarla a los servicios sociales. Así que buscamos al abuelo y lo trajimos... y eso también fue terrible. Porque para el hombre fue una alegría poder volverse con su nieta, pero imagínate, imagínate lo que es tener que regresar, coger un avión dejando a tu hija tras las rejas. Ahora que lo pienso... sí: eso me lo dio él.

–¿La hamaca?

–Sí, la hamaca.

–Esto está lleno de regalos. Por cierto, ¿esta es la sede de la asociación o el despacho de abogados?

–Ambas cosas. Tenemos este local de dos pisos y aquí funcionan los dos. Y aquí, en la sala de juntas, se quedan los regalos. Es donde hay espacio.

–Muchos regalos.

–Sí, mira, tengo esa madera tallada... me la dio un ecuatoriano... sí un ecuatoriano, tengo todas estas imágenes de santos, jarrones... ese jarrón... sí, un colombiano. Tengo cuadros, tengo ese Divino Niño, tengo estas artesanías de cristal, que son chilenas, creo... La gente es agradecida. Y la gente sabe que yo soy la madre de todos, de todos y cada uno de ellos. Dulce María. Así me dicen.

–La inmigrante que vino por amor.

–Sí, yo digo que fue una inmigración por amor. Yo a mi esposo, que es español, castellano, para ser exactos, lo conocí a los 15 años. Nos casamos allá y vivíamos allá, pero sus padres empezaron a envejecer y las despedidas entre ellos, en el aeropuerto, empezaron a ser terribles, en Barajas, quiero decir... como si no se fueran a volver a ver. Y eso a mi marido le tiró el corazón. Y nos vinimos. Pero yo soy de las que dice que si tienes que seguir a tu amor te vas con él, aunque sea a vivir bajo un puente.

Dulce María es adicta a las frases con efecto. La del amor no es la única. A los sucesivos cambios en la ley de extranjería se refiere, por ejemplo, como «recovecos, más que de luces, llenos de espinas»; de lo que ha tenido que ver en 10 años de trabajo con extranjeros dice, solemne, que conoce «el rostro desencajado de la irregularidad»; y su mala experiencia repatriando cadáveres la define, pomposa, así: «Entendí que los cementerios de mi país estaban llenos de mestizos que habían perdido la vida persiguiendo sueños fuera de su país».

–Llegué a España hace 14 años. En mi país era abogada penalista, y aquí alcancé a ejercer, a formar parte de un despacho, hasta que empezaron a entrar peticiones de regularización de inmigrantes. Entonces me dije: «Yo quiero estar ahí». Soy inmigrante, pensé, y comprendo lo que sufre el inmigrante. Y he escuchado tanto, vivido tanto, estado tanto en primera línea del problema que he acabado escribiendo un libro. De madrugada, porque duermo poco.Apocalipsis migratoria. Todavía está inédito.

–Un título duro.

–Pero es que para mí la inmigración es dura. Es un drama.