ESTRENO EN EL TEATRE AKADÈMIA
Un gran Orella ilumina un apagado 'Falstaff'
El actor firma una magnífica recreación del bravucón y hedonista personaje de Shakespeare
José Carlos Sorribes
Periodista
JOSÉ CARLOS SORRIBES / BARCELONA
Un personaje shakesperiano de la gran talla de Falstaff precisa de un intérprete a su altura. Y la versión del director alemán Konrad Zschiedrich, asentado en Catalunya, lo encuentra en el extraordinario Francesc Orella. Tras el sonado éxito televisivo de 'Merlí', el actor vuelve al teatro con una magnífica recreación de sir John Falstaff, el noble bravucón, hedonista y embustero –siempre vital- que el Bardo llevó a varias de sus obras, aunque no le dio el privilegio de ser el amo de ninguna. El excelente trabajo de Orella, sin embargo, se enmarca en un montaje inerte, de dramaturgia confusa y aletargada puesta en escena.
Zschiedrich recupera 'Falstaff' para el Teatre Akadèmia una versión que estrenó hace una década a partir de fragmentos de 'Ricardo II', 'Enrique IV' y 'Enrique V'. La adaptación -también bajo el influjo de 'Campanadas a medianoche', de Orson Welles- viaja entre el drama histórico del mundo intrigante de la corte y del poder, y la comedia de entorno tabernario, de bajos fondos, donde Falstaff es el rey. Allí ejerce de mentor y amigo del príncipe Hal, el heredero y futuro Enrique V, que vive una juventud de risas y burlas lejos de los conflictos que hicieron rey a su padre tras matar a Ricardo II.
DIFERENTES VELOCIDADES
Pero esos dos planos del montaje viajan a diferentes velocidades. Solo las escenas de la taberna tienen el ritmo y el interés idóneos, mientras las del contexto histórico quedan muy desdibujadas. Nunca acaban de llegar en una puesta en escena algo raquítica, que juega con la iluminación para los cambios de situación y poco más.
Orella al margen, el esfuerzo del resto de intérpretes (con veteranos como Mingo Ràfols, Mercè Managuerra, Xavier Capdet o Teresa Vallicrosa) no coge el tono necesario, con frecuencia en el peligroso territorio de la caricatura, para que quede poso de la palabra siempre poderosa de Shakespeare. Y en una obra que va más allá de las dos horas y media (entreacto incluido) pasa factura en el público. Un espectador al que le queda solo el recuerdo del magisterio de Orella. Con el pelo y la barba alborotados, su voz terrosa y una gesticulación siempre en su sitio, dibuja un Falstaff tan rotundo como la panza de pega que luce.
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