Cenar en un japonés de verdad, toda una experiencia

El festival de cuchillos y el arte ancestral de los cocineros convierten la comida en un auténtico ritual y no todo es agradable

Una mesa, perfectamente dispuesta para el comensal, en un establecimiento japonés

Una mesa, perfectamente dispuesta para el comensal, en un establecimiento japonés / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS / Motegi (Enviado especial)

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No puedes mover ni una ceja. Puedes hacer ver que no lo has visto. Pero se te nota demasiado. Mucho. Así que has de hacer de tripas corazón y pensar que para ellos eso es como un ritual, forma parte de su vida, de la vida de sus abuelos, de sus antepasados. Estás en Japón. A más de 10.000 kilómetros de tu casa, de tu país, de tus costumbres, de tu familia, de tus colegas, de tus amigos, de tu comida. Así que agradece que, con ese platito de pequeños pescaditos que te sirven de aperitivo, te pongan, en una esquinita, una montañita, no más, de allioli, porque es, sí, allioli.

Pero lo que acaba de suceder ante mis ojos, lo que acabo de presenciar a la entrada, en la mismísima puerta, del restaurante del Hotel Daiwa Roynet, de Mito, en el que me hospedo, no ha ocurrido. O si ha sucedido, que es evidente que ha pasado, no lo retengas en tu memoria. En el acuario, no muy grande, que hay frente a la caja, en la pequeñísima (aquí casi todo es diminuto) recepción del establecimiento, una morena acaba de cenarse, de un mordisco, un pez. Se lo ha tragado de golpe, más o menos a la velocidad que un luchador de sumo succiona un flan. O dos. O tres.

Comportamiento incorrecto

Eso ocurre mientras están buscándote sitio en el restaurante japonés. Y tú te reprimes de comentar en voz alta con tus amigos y colegas lo que acabas de ver, porque ellos estaban en otros menesteres. Yo sí lo he visto. Pero es que no será lo único que veré esa noche. A alguien se le ocurre pedir --ya saben, todo para compartir-- un plato de pescado recién fileteado para que lo comamos con palillos, mojadito en todo tipo de salsas. Pero es que cuando traen el plato, el pescado, totalmente desnudo, desposeído de toda la carne, con solo su esqueleto, aún está boqueando. Y alguien pide, inmediata pero muy cortésmente, que se lo lleven. Y todos tenemos la sensación de que nos hemos comportado incorrectamente, pero les juro que será todo lo tradicional, ancestral, antiguo e imperial que quieran, pero no es agradable. Es innecesario. Yo ya sé que el pescado es fresco, pero por favor...

El caso es que la cena es exquisita. Y que, como todo en Japón, forma parte de un rito, un acto social, aunque los ejecutivos de nuestro lado, mezclen, descamisados, descorbatados y sudorosos, cervezas, vino y saque con todo tipo de alimentos, insisto, exquisitos. Lo normal, nos explican, es que vayamos pidiendo porque la 'máquina de los cuchillos' que hay tras la barra no para. Eso sí, todo muy aseado, con el abuelo y un par de hijos lavándose las manos cada dos minutos y confeccionando los platos con una limpieza, tacto y exquisitez pasmosa, admirable, antigua, sí, también antigua. Se nota que ellos han aprendido del padre. Y el padre del abuelo. Y el abuelo del bisabuelo.

Visita a la lonja

Me cuenta mi amigo Víctor Segui, que trabaja en el departamento de televisión de Dorna, la compañía que organiza el Mundial de motociclismo, que hace tres años se colaron en la lonja de Tokio, donde subastan los atunes, y que le cuesta recordar, él que se mueve por medio mundo, un espectáculo tan curioso e impresionante a la vez, en el que los dueños de empresas distribuidoras, restaurantes y pescaderías pujan por atunes que acaban adjudicados por miles y miles de euros.

"La gracia entonces, pues ahora ya no hay manera de colarse en ese imperio atunero --me cuenta Victor--, es que aquel día seguimos al comprador de un inmenso ejemplar y, al llegar a su establecimiento, le preguntamos si podíamos ver cómo lo cortaba". El espectáculo, relata Victor, se convirtió en un ballet de cuchillos inmensos, "incluida una especie de espada samurái, como un reluciente sable", con la que el arte de aquel cirujano atunero acabó diseccionando la pieza en porciones para distribuir a restaurantes y puestos del mercado. Al día siguiente, es decir, ayer, Nico Abad Melissa Giménez, de Tele-5, me explicaron que, en efecto, ellos pretendieron ir a la lonja de Tokio, que, por cierto, se llama Tsukiji, y les impidieron, amablemente, el paso.

P. D.: No quiero acabar este blog sin comentarles que son las 02.14 horas de la madrugada del viernes al sábado y que está, dicen, a punto de llegar el tifón 'Francisco' a las costas japonesas. Hace un minuto, el piloto vasco Efren Vázquez, un encanto de persona, acaba de llamar a la puerta de mi habitación, la 902, para preguntarme si he notado la sacudida que ha sufrido el edificio de nuestro hotel. Y le he dicho que sí, que estaba escribiendo y que me he quedado impresionado, pero no he sido capaz ni de dejar de escribir ni de salir al pasillo para ver qué ocurría. Así que su presencia me serena. Efren me cuenta que él, cada año que viene a Japón, sufre un temblor así, esté en el hotel que esté. Yo, la verdad, es el primero que vivo. Y no es nada agradable. Ni siquiera sé si podré dormirme. Y aún no ha llegado 'Francisco'. O eso asegura mi amigo el vasco.