El auge del populismo en Europa

El Frente Nacional, imparable

Marine Le Pen en una rueda de prensa para hablar de las elecciones europeas, el pasado lunes.

Marine Le Pen en una rueda de prensa para hablar de las elecciones europeas, el pasado lunes.

ELIANNE ROS
PARÍS

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Cuando cogió las riendas del Frente Nacional (FN) en el 2011, Marine Le Pen se propuso transformar la imagen del partido xenófobo y ultraderechista fundado por su padre, Jean-Marie Le Pen, en la de una opción política respetable. El lifting ha funcionado. Según una encuesta de Le Monde publicada ayer, el 34% de los franceses se «adhiere a las ideas del Frente Nacional».

El mismo sondeo pone de relieve que uno de cada dos ciudadanos estima que el FN «representa un peligro para la democracia». Sin embargo la tendencia general es que esta percepción retrocede en la opinión pública. Hace apenas tres años el 56% de los ciudadanos veían al partido como una amenaza, porcentaje que alcanzaba el 65% en el 2005 y el 70% a principios de la década del 2000.

¿Qué ha sucedido para que se produzca tal metamorfosis? El cambio de estrategia impulsado por Marine ha sido crucial. No solo ha logrado «desatanizar» al partido, como constatan los analistas políticos, sino que, además, sus tesis se han visto favorecidas por el contexto de crisis económica y social. A diferencia de su padre, el iracundo dirigente para quien el Holocausto es tan solo un «detalle» de la historia, Marine Le Pen rechaza el antisemitismo y el racismo. Formalmente, su caballo de batalla es otro. Dos ejes centran su discurso: el antieuropeísmo -propone salir del euro y recuperar las fronteras- y el rechazo de lo que denomina la «inmigración masiva». Explotando la defensa de los valores tradicionales y el sentimiento de una parte de los ciudadanos de que el Estado del bienestar  beneficia más a los extranjeros que a los franceses se ha ido abriendo paso en las encuestas. Hasta el punto de que las prospecciones electorales le otorgan el 23% de intención de voto en las europeas de mayo, situándole como primera fuerza. En las presidenciales del 2012 ya obtuvo el 18% tras una campaña en la que Nicolas Sarkozy intentó desesperadamente atraer a los votantes del Frente Nacional.

Con unas innegables dotes mediáticas y una imagen menos agresiva que la de su progenitor --aunque su sonrisa sea tan cálida como un glaciar-, la presidenta del FN se ha impuesto en el paisaje como una dirigente homologable al resto de líderes políticos. El 46% de los franceses la ve como «la representante de una derecha patriota ligada a los valores tradicionales», mientras que el 43% piensa que encarna a «una extrema derecha nacionalista y xenófoba». Ambas curvas se cruzaron el pasado año y mientras la primera asciende la segunda no cesa de bajar.

Para culminar el proceso de banalización de la ultraderecha y vencer las reticencias de posibles fichajes, la líder del FN ha lanzado el movimiento Rassemblement bleu Marine. Otro acierto que le ha permitido profesionalizar al partido con cargos y candidatos procedentes de las filas conservadoras.

LA UMP, DESESTABILIZADA / La operación ha llegado a desestabilizar al principal partido de la derecha francesa, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), cuyos dirigentes no dudan en flirtear con las ideas del Frente Nacional a la vista de que sus votantes se sienten tentados por el FN. Por el momento, lejos de frenar a la ultraderecha, esta actitud no hace más que alimentar el proyecto de Marine Le Pen. El 58% de los franceses la juzga «capaz de sumar más allá de su campo», el 56% considera que «comprende los problemas cotidianos de los franceses»y el 40% estima que «tiene nuevas ideas para resolver los problemas».

Unas ideas que no solo seducen a una parte de los conservadores. Le Pen avanza en las zonas más castigadas por la desindustrialización que hasta hace poco eran feudos de la izquierda. Pero no todas sus propuestas convencen. El 64% de los franceses se opone a abandonar el euro y el 72% rechaza aplicar el principio de la «preferencia nacional» en materia de empleo.