INCIDENTES RACIALES EN EEUU

Baltimore explota

Policías de Baltimore reducen a un manifestante tras los disturbios.

Policías de Baltimore reducen a un manifestante tras los disturbios.

RICARDO MIR DE FRANCIA / BALTIMORE

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Frente a la vivienda de Taurice Smith, un panel pintado pide a los vecinos que no tiren la basura en la calle porque atrae legiones de ratas. El suyo es un adosado nuevo, pero mira a un descampado al que se asoma la trasera de varias casas con las ventanas arrancadas y balcones que hacen equilibrios para no derrumbarse. «Es increíble, una verdadera desgracia lo que ha pasado», dice su amiga al dirigirse hacia el coche. «De acuerdo, pero no debería sorprenderle a nadie», replica Smith. «El sistema no funciona, están matando a nuestros hijos. La muerte de Freddy Gray ha sido la chispa que ha puesto en marcha el fuego, pero la hoguera estaba preparada desde hace mucho tiempo», apostilla esta mujer de 53 años, madre de tres hijos.

A solo dos manzanas de su casa, se desató el lunes la anarquía. Después de que cientos de personas acudieran a presentar sus respetos al funeral de Gray, muerto hace nueve días después de sufrir una grave lesión en la columna mientras estaba bajo custodia policial, las calles explotaron en una tormenta de violencia contra la policía, seguida por una espiral de saqueos e incendios provocados. Empezó en los barrios del noroeste y se fue expandiendo a otras zonas negras. Diecinueve edificios y 144 vehículos ardieron. Quince policías resultaron heridosy más de 200 personas fueron arrestadas. El gobernador republicano Larry Hogan declaró el estado de emergencia e impuso el toque de queda. La ciudad, de 620.000 habitantes, se paralizó.

«Entiendo por qué la gente está enfadada, pero somos nosotros mismos los que vamos a sufrir por todas esas tiendas destrozadas. Este es nuestro barrio», decía James O'Brown, un organizador de eventos de 27 años, mientras esperaba turno un restaurante chino de comida rápida totalmente blindado con rejas. Como consecuencia del pandemonio, Baltimore amaneció parapetada, con cientos de policías en las calles y tanquetas y militares de la Guardia Nacional, un cuerpo al que no se veía por estos lares desde los disturbios que siguieron a la muerte de Martin Luther King en 1968. Parte de la ciudad ardió entonces durante cuatro días y tres noches, marcando uno de los puntos de inflexión del brutal declive del que fuera uno de los grandes puertos del Atlántico.

Desde mediados del siglo pasado, Baltimore ha perdido más de 300.000 habitantes. Es uno de los cadáveres de la desindustrialización, aunque últimamente empezaba a repuntar. Pero el abandono de barrios como Sandytown-Winchester y los excesos policiales la han vuelto a poner al filo de la navaja. «La policía te para sin ninguna razón. Te dicen que te calles y te obligan a bajarte los pantalones en medio de la calle. Es normal que Freddy corriera porque nunca sabes qué te va a pasar», cuenta Darrell Smith, un obrero de 44 años, vestido de negro de pies a cabeza.

A lo largo de su vida, ha sido detenido en 20 ocasiones y pasado siete veces por la cárcel. Siempre por drogas. Nada demasiado extraordinario. Baltimore es uno de los mayores mercados de heroína y cocaína de América, y la guerra contra las drogas declarada por Nixon en 1971, que prima el castigo frente a la rehabilitación y cierra todas las oportunidades una vez se ha pasado por la cárcel, sigue haciendo estragos en sus calles. De este barrio salen más presos que de cualquier otro condado de Maryland. Uno de cada cuatro de sus menores fueron arrestados entre el 2005 y el 2009.

PARO SUPERIOR AL 50%

La tasa de paro en el barrio supera el 50%, y un cuarto de su población recibe ayudas sociales. La incógnita pasa por saber qué pasará, si la rabia volverá a encerrarse en casa o cogerá Baltimore el testigo de Ferguson (Misuri), donde la muerte de otro negro, el adolescente Michael Brown, puso en marcha el pasado verano un movimiento popular de ámbito nacional para denunciar el continuo goteo de afroamericanos muertos y la discriminación policial en el trato hacia las minorías.

El presidente Obama reconoció que lo que está sucediendo es «una crisis a fuego lento que lleva tiempo en marcha», pero insistió en que la violencia del lunes «no tiene excusa posible». Durante buena parte del día había ánimo de enmienda. Grupos de jóvenes se echaron a limpiar las calles con escobas y rastrillos. Pero a medida que caía la tarde aumentaba la tensión y se produjeron algunos rifirrafes con las autoridades. Tras dejar el lunes que el caos siguiera su curso sin apenas intervenir la policía, el gobernador prometió un cambio de planteamiento. «La criminalidad no será tolerada», dijo Hogan.