LA CONTRACRÓNICA DEL 'PRESIDENT'
Y Mas se arremangó
Mostró su cara más combativa en el flanco soberanista y en defensa de su oficio
Muy pocas veces se ha visto a Artur Mas así: directo, arremangado, desafiante, contundente e, incluso, herido. Un político profesional que dice no sentirse como tal, que comenzó el debate con su habitual tono pausado y constructivo, dialogante, y que finalizó algo crispado, sin perder las formas, pero reivindicando su oficio ante las «putadas» (palabra poco habitual en él) que dice haber sufrido y sufrir por estar donde está.
En la cuestión nacional es donde el líder convergente se mostró más relajado. Pero decidido. A los periodistas presentes en la sala se les arqueó una ceja en el preciso momento en el que Mas pronunciaba unas palabras que parecían tomar cuerpo como punto de inflexión: «No podemos descartarla», dijo sobre una declaración unilateral de independencia.
Entonces, por un momento, afloró el Mas de Polònia y pronunció el latiguillo que le atribuyen en ese programa de TV-3: «Tot i que...». En efecto, el Mas prudente, pactista, dialogante, el hombre de seny que pide incansablemente vías legales y cívicas para llevar a cabo el proceso soberanista, añadió que no descarta declarar unilateralmente la independencia, aunque ni la desea, ni es su primera opción.
Pero dicho estaba. Tan claro como que no piensa dar marcha atrás. Antes mártir que traidor.
Algo más incómodo se vio al president cuando se le pidió concreción sobre cómo se dará por ganado el referendo, tanto en el caso del sí como en el del no. Ahí abrazó el consenso para evitar mojarse. Hábil, como un boxeador que necesita oxígeno y se arrima al oponente unos instantes, pecho con pecho.
Un gesto más que grave
Siguiendo con el símil pugilístico, donde hubo ya golpes, y directos, fue cuando salió a colación la política de partidos, la corrupción, el taparse las vergüenzas... Se vio a un Mas poco habitual, que comenzó haciendo una cierta autocrítica sobre el partidismo imperante, pero que al ver cómo le castigaban el hígado en cuestiones como los sueldos de los altos cargos y el «cáncer» que son lospolíticos para la democracia, saltó. Saltó enfadado, saltó elevando el tono. Reprochó los juicios sumarísimos, y se encaró con algunos de los participantes, con un gesto más que grave y acusándoles de esgrimir argumentos banales y poco documentados.
No es habitual ver al president exigir a un ciudadano que se lea las actas de una comisión de investigación antes de juzgar si ha habido pacto de silencio entre los principales partidos. Y pidió a los participantes que se pusieran en su lugar, que, dijo, es el de la «responsabilidad», por la que se cobran salarios más elevados pero no tanto como los del sector privado. Fue una reivindicación gremial, pero aprovechó para introducir otro matiz, otro «tot i que...», pues recordó sus años en la actividad privada, motivo por el que aseguró no sentirse un político profesional.
Mas tuvo que responder también a descripciones detalladas de camas amontonadas en las urgencias de
Vall d'Hebron, con personas mayores y sus familiares esperando en fila. Ahí se quedó en una descripción más bien propia del atril del Parlament: se ha priorizado la política social, el Estado impone déficits excesivos, se han limitado los gastos superfluos, se han bajado los sueldos públicos. No convenció. Como prueba de ello, la réplica que recibió: «No es lo mismo recortar un 30% a un sueldo de 6.000 euros que un porcentaje menor a sueldos de 1.000».
Algo acorralado, Mas acabó pidiendo a quienes tanto critican que se metan en política y verán lo dura que es. Eso sí, ni un indicio de retirada. Al contrario, sacó pecho. «No me quejo», cerró. Sí, minutos antes sí se quejó. Amarga y
contundentemente.
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