Los dos ritmos del parque Güell

El control del acceso -previo pago- solo reduce la masificación en la zona monumental, no en los alrededores

19 de julio del 2013

19 de julio del 2013

HELENA LÓPEZ
BARCELONA

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Hace cinco años un grupo de vecinos del Gòtic, artistas y diseñadores, iniciaron medio en serio medio en broma la campaña I'm not a tourist. Organizados en una irreverente guerrilla urbana llenaron el barrio con mensajes del tipo: «This is not a toilet» -en un poste de la luz-, «Hey! Pavarotti, some people here are not on holidays», bajo las ventanas donde animados veraneantes solían desgañitarse hasta altas horas o «I'm the tourist 1.999.999», lema que suena hasta inocente solo un lustro después, en la Barcelona de los 27 millones de turistas anuales. Muy probablemente cualquiera de los vecinos del barrio de La Salut, el más afectado por la masificación turística que vive el parque Güell, firmaría con los ojos cerrados cualquiera de los mensajes políticamente incorrectos del singular comando ya desintegrado.

En La Salut, en Gràcia, son frecuentes las pintadas con mensajes clásicos -menos  pensados que los de la guerrilla del Gòtic- del estilo «Tourists go home». Este martes dos jóvenes inglesas se hacían una foto con una fingida cara de pena frente a una de esas pintadas en la avenida del Santuari de Sant Josep de la Muntanya, una de las calles por las que suben los miles de visitantes que llegan al parque en metro, tras bajar en la eternamente patas arriba plaza de Lesseps y subir por la hostil Travessera de Dalt, una de las calles de la ciudad que conserva un gris y deprimente aspecto preolímpico.

El polémico cierre de la zona monumental del parque, que puso por primera vez sobre la mesa la ecosocialista Imma Mayol, y la imposición de una entrada -ocho euros por cabeza-, implementados el pasado mes de octubre, debía servir para desactivar la insostenible masificación del vergel de Gaudí, que lo es todo menos un remanso de paz. Nueve meses después de la instalación de las taquillas y en pleno agosto, Gabriel Picart, vecino de La Salut, sentencia: «La situación sigue siendo insufrible, sigue habiendo una masificación brutal», asegura sin titubear.

Pese a que, a ojos de Picart, el problema de fondo está claro: «Barcelona es una ciudad pequeña que no puede absorber esa gran cantidad de turistas», este portavoz vecinal es de los que sí ve -algunas- cosas buenas al cierre. «Siempre he dicho que era un mal menor. Es como si tienes una pierna con gangrena, o te la cortan o mueres», ejemplifica el vecino.

Entre lo que sí ha logrado el ayuntamiento con el cierre está la protección de la zona monumental. El sistema de entrada escalonada al recinto hace posible verle la cara al dragón de rato en rato, algo que antes era prácticamente imposible. Con la nueva organización entran un máximo de 450 personas cada media hora, mientras antes del cierre llegaban a entrar 1.200. El problema es que las masas ahora se concentran en el perímetro más cercano, sobre todo en el paseo de las Palmeres, que compite muy de cerca con la Rambla en cuanto a ambiente -por el número de paseantes y por la cantidad de suvenires que pueden comprarse- y en la calle de Olot, donde más molestan a los vecinos. Algunos de ellos incluso han precintado de forma casera  las entradas de sus casas, con carteles en los que se lee «Please, respect the house and people living here». «Todos los que no están dentro están en nuestras puertas», lamenta.

Con el funcionamiento actual -que se implantó con la oposición de la Plataforma Defensem el Park Güell y de la FAVB-, a la zona monumental acceden cada media hora un máximo de 400 turistas y 50 locales, socios de Gaudir Més, la vía que tienen los barceloneses para entrar gratis, previo registro al menos una semana antes de la visita en la oficina de atención al ciudadano de la plaza de Sant Miquel; más los vecinos de los barrios que rodean el parque, que disponen de un carnet con el que pueden acceder a cualquier hora, sin cuotas. Según fuentes municipales, entre enero y mayo -las de mayo son las últimas cifras que el consistorio ha querido hacer públicas- visitaron el parque 970.000 personas del millón y medio que podían hacerlo. Solo un 7,2% eran locales.

El municipio valora estas cifras de forma positiva comparándolas con las de los años anteriores a la regulación. En el 2007 el parque recibía una media de 14.400 visitas al día, cinco millones al año, cifra que  ascendió a más de 25.000 en el 2012, cuando la situación se hizo insostenible. En cuanto a los problemas derivados de las aglomeraciones en la entrada, el municipio ha hecho ajustes para «pacificar» Olot, como el cambio en la parada de taxis o el aparcamiento de buses en la carretera del Carmel, y siguen dialogando con los vecinos para perfilar el plan.

Faltaría saber cuántos suben ahora, dan la vuelta y hacen cuatro (o cuatro mil) fotos sin llegar a entrar al parque (ni a las estadísticas, claro). El quid de la cuestión.