'Fotogramas' siempre ha estado ahí

Nació en 1946. Fue una ventana de aire fresco. El homenaje es merecido

Maruja Torres, Jorge de Cominges, Elisenda Nadal y Àngel Casas, en el homenaje a 'Fotogramas'.

Maruja Torres, Jorge de Cominges, Elisenda Nadal y Àngel Casas, en el homenaje a 'Fotogramas'.

Ramón De España

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Como el dinosaurio de Monterroso, la revista Fotogramas siempre ha estado ahí; y si te la habías dejado en la mesita de noche, era lo primero que veías al despertar. Fotogramas nació 10 años antes que yo, en 1946, y sigue en tan buena forma que no aparenta la edad que tiene. Yo empecé a leerla en la adolescencia -la compraba mi hermano mayor, el cinéfilo de la familia- y nunca he dejado de hacerlo, aunque el cine cada día importe menos y viva unos tiempos bastante lamentables; felizmente compensados, eso sí, por la gran cantidad de vida inteligente que se detecta en las nuevas ficciones televisivas, principalmente anglosajonas (en España aún estamos en el Quiero y no puedo).

El pasado jueves se inauguró en el Mazda Space del Born -en Barcelona, si no quieres que se te eche encima Santiago Espot o cualquier otro guardián de las esencias, y además eres un pelín esnob, no hay nada como ponerle un nombre en inglés a tu chiringuito- una exposición sobre el pleistoceno de Fotogramas, la etapa que va de 1946 a 1962, cuando la dirigía el carismático -sus coetáneos solían describirlo de manera más cruda- Antonio Nadal Rodó, padre de la gran Elisenda Nadal, rebautizada por Mr. Belvedere, o su alter ego Jaume Figueras, como Madame la directrice, quien no hace mucho abdicó en su hijo Toni Ulled. Naftalina de la mejor

Para los que nos enganchamos a Fotogramas a finales de los años 60, la expo es naftalina de la mejor, pues nos sitúaipso facto en una época que, afortunadamente, nos perdimos, aunque ahora lo pasemos muy bien repasándola en esta muestra. La carta al ministerio del taimado don Antonio es un ejemplo de cómo había que hacer las cosas en España para poder sacar una revista de cine sin que la censura te buscara las cosquillas: reivindicar la parte artística del asunto, renunciando explícitamente a la frivolidad y la sicalipsis consustanciales al mismo (puesta en práctica: había en plantilla una señora cuya principal misión era cubrir los escotes de las artistas -como las llamaba mi abuela y las sigue llamando mi amigo Carlos Mir, incomprensiblemente ausente en el acto del jueves-, lo cual hacía con arte y creatividad, francamente, pues era incapaz de improvisar cualquier pingo para adecentar a la descocada de turno).

Presentaron la expo Elisenda Nadal, Maruja Torres y Jorge de Cominges (redactor jefe de la revista durante 20 años, aunque la descubrió, algo tardíamente, durante la mili, según comentó). Mientras Elisenda se esforzaba en resaltar las claves históricas de la propuesta, Maruja-¡Dios nos la conserve muchos años!-soltó uno de esos monólogos confusos, erráticos e interminables que en cualquier otra persona nos llevarían al lanzamiento de tomates, pero que en el suyo solo consiguen que la queramos aún más. Lejos de centrarse en los años que tocaban, Maruja abordó los de su juventud y mi adolescencia, cosa que le agradecí enormemente porque fue la época en que una revista de cine se convirtió en la publicación más cool de España; en parte, por los propios textos de Maruja, pero también por las crónicas pop de Àngel Casas o el gran quehacer del difunto José Luis Guarner, que sabía mucho de cine, pero también de cómo aportar estilo y literatura a la crítica, cosa que a muchos reseñistas del presente se les resiste (y también fue un excelente traductor, como demuestran sus versiones de los textos de Woody Allen).

Cortando el bacalao

Escuchando a Maruja -o intentándolo, dado que no siempre mantenía el micro pegado a la boca-, conseguí volver también a aquella Barcelona previa al pujolismo que aspiraba a ser esa ciudad moderna y cosmopolita que tanto asco les ha dado siempre a los padres de la patria que han cortado el bacalao a lo largo de las últimas décadas… Y llevándoselo crudo con alarmante frecuencia, como se está demostrando últimamente en el universo convergente.

Si el material expuesto equivalía a un viaje por el túnel del tiempo, el acto inaugural resultó de una coherencia admirable, pues recuperó la vieja costumbre -que mis colegas más jóvenes nunca habrán conocido- de echar de comer y beber a los invitados. Y de manera muy digna, pues servidor y la amiga que le acompañaba salieron de allí cenados, lo que en estos tiempos precarios para la sociedad en general y el autónomo en particular resulta muy de agradecer.

Ah!, y al que le traiga sin cuidado la prehistoria de Fotogramas, siempre puede quedarse en la planta superior del Mazda Space, que hay unos coches muy chulos y muy modernos: nada que ver con las antigüedades gráficas del sótano, especialmente dedicadas a esos seres llamados a la extinción que siempre han preferido la butaca de un cine al asiento de un coche. Dinosaurios del celuloide que, como Maruja y un servidor, sin ir más lejos, ni sabemos conducir.