EL ENCUENTRO DE LA ROSALEDA

Nulidad absoluta

El Barça sufre el primer tropiezo en un mal partido, en un pésimo campo, y sin capacidad de remate

JOAN DOMÈNECH / MÁLAGA

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Munir y Sandro han solucionado más de una papeleta hasta ahora, y a ellos recurrió Luis Enrique para que volvieran a echar una mano en Málaga y el Barça pudiera mantener su impecable inicio. A todo no llegan, demasiado jóvenes aún para responder a cada llamada, y el empate borró del horizonte todos los posibles récords que se anunciaban, quizá prematuramente. Solo se mantendrá vivo el de Bravo, que sigue sin encajar un gol, aliado ayer con el poste para conservar el cero.

No fallaron los jóvenes, ni mucho menos, sino los mayores, incapaces de sobreponerse al áspero escenario que les habían preparado en Málaga, apenas distinto, sin embargo, de lo que suelen encontrarse: equipo defensivo, aderezado con una notable dosis de agresividad, y campo en malas condiciones. El final desató una explosión de júbilo que se asemejó al de una victoria heróica.

EL DEBUT DE DOUGLAS

Nada dejó el partido del Barça, arrastrado al lodo por el rival, desconocido en ataque, sin computar suficientes remates como para merecerse la victoria. Ni hubo pegada ni hubo juego, y sin ninguno de los dos ingredientes básicos, debió conformarse con un triste y decepcionante empate que será recordado, durante breves días, por ser el primer partido que no se ganó y por el debut de Douglas.

Estuvo en línea con el equipo: no reportó ningún beneficio extraordinario más allá de que el brasileño se llevara la satisfacción de estrenarse. Irrelevante en ataque, tuvo dos graves despistes que supusieron dos sustos. La mala rúbrica del estreno se plasmó con su sustitución en lugar de Adriano; no buscaba Luis Enrique más poderío ofensivo como evitar un desaguisado atrás con la tarjeta que ya había visto.

Siendo Douglas un melón aún por abrir, verde por la primera impresión que transmitió ayer, el equipo se proyectó siempre por la banda izquierda, por ser Alba un jugador más fiable. Piqué y Bartra, excelentes los dos, no necesitan ninguna presentación, y su inclusión en el equipo no supuso ninguna merma. Atrás no hubo problemas. No suele haberlos esta temporada y menos ante un Málaga sin delanteros y sin vocación ofensiva.

PROBLEMA DELANTE

El problema anda delante, aunque los compromisos se habían ido resolviendo. Más mal que bien, con más apuros que suficiencia ante rivales ultradefensivos. No fue distinto el Málaga, que trató de malgastar una hora y media sin que pasara nada en un campo que era una playa teñida de verde, inestable y arenosa, que fomentó los errores azulgranas en el pase y la recepción.

Sin fluidez por la falta de espacio y un piso irregular, el Barça puso fe y ganas, muchas, nadie lo discute, pero los jugadores corren más que la pelota cuando debería ser al revés.

El juego interior, la apuesta básica, da pocos frutos para el esfuerzo que exige. Nunca le ha ido bien al Barça enfrentarse a defensas multitudinarias -y menos a los demás, carentes del talento que se apiña entre los azulgranas- y solo Messi es un futbolista realmente desbordante. Neymar ha destacado más rematando que desequilibrando y a Pedro le faltaron metros para correr.

DOS REMATES

La solución estuvo en el banquillo. En Luis Enrique y en los siete suplentes, que pudieran crear algo de la nada con que acabó el primer tiempo: dos remates de Messi (de falta y uno con el pecho, lo que indica el tipo de centro que recibió). Un productividad pírrica para el líder que, sin embargo, protege a Bravo con una eficacia única, espectacular. Tal vez sea ese -no andará muy lejos- el pensamiento de Luis Enrique: preocupémonos de que no pase nada atrás que delante siempre pasará algo con Messi, Neymar y los demás, entre los que se incluye Luis Suárez que ayer volvió a gritar goles en un amistoso contra los juveniles de Indonesia.

Pero no tiene al uruguayo y sí a los jóvenes canteranos. Luis Enrique les puso a los dos de golpe, en busca de una reacción que primero se produjo en el Málaga, que volvió a ver de cerca a Bravo. El Barça, en cambio, perdió poco a poco el hilo y dejó de mirar a Kameni.