Debacle en Bilbao

El Athletic somete a una humillación a un Barça que pierde la dignidad

Messi se lamenta en Bilbao

Messi se lamenta en Bilbao / periodico

MARCOS LÓPEZ / BILBAO

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Una humillación y una lección recibió el Barça en San Mamés. Una auténtica tortura, en realidad. Un desastre que coloca al tetracampeón ante su espejo. No tiene defensa. En Bilbao, además, no tuvo centro del campo. Ni Messi, el tipo que hace milagros cada día, pudo librarle del ridículo ante un heroico Athletic. Un brillante Athletic que desnudó a los azulgranas a ojos del mundo. No solo porque conquistar la Supercopa española parezca hoy una utopía sino porque dejó en evidencia la segunda unidad. Salieron todos dañados, empezando por Luis Enrique.

Es su carácter. Y es verdad. Pero eso no le exime de denunciar que cometió una irresponsabilidad en San Mamés. A Ter Stegen le encanta tanto jugar con los pies que, a veces, se olvida de que un portero también tiene las manos para parar. Y, sobre todo, entender el juego. Si hay un balón volando limpiamente hacia su cabeza, no tiene por qué jugarlo al primer toque de manera tan arriesgada que se convirtió en una asistencia de gol a San José. El suyo fue un golazo descomunal. De esos que sueña cualquiera, hasta Messi.

Nadie duda de que Ter Stegen es (y será aún más) un porterazo, pero errores, como el de anoche, le curten más que cientos de paradas. Al Barça, que había comenzado dominando el partido, no le servía la pelota para nada. La tenía, pero sin veneno alguno. Y el carril derecho, como también es costumbre, es una bendición para el rival.

Medio campo inédito y gris

El verdadero problema no solo fueron las rotaciones de Luis Enrique (cinco caras nuevas, equipo nuevo porque contenía hasta siete novedades tácticas) sino que no tuvo centro del campo. Coincidían, por vez primera, MascheranoRafinha y Sergi Roberto en la sala de máquinas. No encontraron, en ningún momento, la llave del recinto. A Messi se le veía oxidado en la banda derecha, alejado del balón. O sea, lejos de su gran tesoro y, además, sin sus socios habituales. Un drama para Leo. Pasados los 10 minutos de control ficticio y estéril de los azulgranas, el Athletic acudió a sus raíces: furiosa presión, intensidad volcánica y fe infinita.

En tres minutos, tres saques de esquina, el regalo de Ter Stegen y el gol de San José, el gol de su vida. Después, nada en el Barça. Nada de nada, irreconocible estuvo. Cuando hubo problemas, salió Iraizoz con sus manos salvadoras. Después, el caos defensivo del Barça, con un fútbol indigno. Un catálogo de horrores. A cada cual peor. Después de Ter Stegen, se unió Bartra, tambien Adriano y, finalmente, Alves con penalti absurdo para que Aduriz se montara una fiesta en el área.

De cabeza, hermoso fue el segundo, de disparo de caza goles, el tercero, de penalti el cuarto. ¿Y el Barça? Sin noticias, a pesar de que Luis Enrique metía a Iniesta y después a Rakitic. Hasta Sandro por Pedro. Pero el catálogo contenía en cada página una muestra de la desidia y, sobre todo, del enorme descontrol azulgrana. El Athletic vivía en el paraíso torturando al dueño de cuatro títulos, desfigurado, además, por las revolucionarias e incendiarias rotaciones de Luis Enrique. No era el Barça de siempre. Ni mucho menos. Además, ese carácter rocoso que había dotado el técnico a su equipo pertenece ya al pasado. Ocho goles encajados en dos partidos. Una locura.

Nunca el Barça de Luis Enrique recibió cuatro goles en sus 60 partidos oficiales del triplete. Y en cuatro días, Ter Stegen se llevó un saco de tantos jamás visto. Dos tundas que no olvidará nadie. Ni el técnico. Quedan 90 minutos y el Camp Nou como testigo, pero resultará toda una proeza conquistar el quinto título tras el caos de San Mamés.