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Los surcoreanos se aferran a las piedras como mascotas

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Pekín

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El plan no lograría un crédito bancario ni aprobaría en ninguna escuela de negocios. Una piedra de mascota no asegura una interacción fluida ni un confort recíproco. De un examen más sosegado empiezan a emerger las ventajas: sin alergias ni veterinarios y con una esperanza de vida que descarta los duelos. ¿Un desajuste social? Hablamos del mismo país, Corea del Sur, en el que las estrellas pop se disculpan a sus fans por emparejarse.

No vale cualquier piedra. Son recomendables las redondeadas, aplanadas y pulidas, las que aportan confort si se tercia el abrazo. Su precio más habitual oscila entre los siete y diez euros, incluyen una cajita y accesorios, pero rige el tuneo y no hay más límite que la imaginación.

Cada día más jóvenes adoptan piedras como mascotas. Las bautizan, dibujan rasgos faciales, visten y arropan con mantas en sus coquetas camas cuando anochece. Les cuentan cómo les ha ido el día y confiesan sus traumas, secretos y sueños. Como los amigos que nunca se irán de tu lado y las parejas que no te traicionarán. Las piedras ofrecen certezas en un mundo cambiante. No es poco. Muchos poseedores subrayan la serenidad y el consuelo a cambio de su amor a las piedras.

A la psicoterapia rocosa han contribuido los componentes de celebérrimos grupos de K-pop y ninguno tanto como Jeonghan. Al cantante y bailarín de Seventeen le ayuda su piedra, grisácea y tocada con un sombrero de paja, a lidiar con el estrés y la ansiedad de una vida bajo los focos. La premia con baños de agua caliente, le ofrece melón y en su caja-vivienda se aprietan una pantalla de plasma, una guitarra y un piano de cola en miniaturas. Tras Jeonghan llegó el frenesí. Otras celebridades han hablado de sus piedras mascota en televisión, abundan en los videos cortos de tik-tok y han aparecido en películas de los Minions.

La inspiración del publicista

En su génesis está la vieja broma que integró fugazmente la cultura pop en la otra orilla del Pacífico. Al publicista Gary Ross Dahl le alcanzó la inspiración cuando lamentaba con sus amigos en un bar los sacrificios que demandaban los perros y rápidamente puso en marcha el plan. Colocó piedras con rasgos faciales sobre una cama de virutas dentro de una caja de cartón agujereada para que pudieran respirar. Las acompañó de un certificado del noble linaje de la piedra y un manual de instrucciones con órdenes similares a las que recibe un perro. La más exitosa, probablemente, era la que le pedía que no se moviera.

“Una vez haya concluido el entrenamiento, tu roca se habrá convertido en una mascota leal, obediente y cariñosa que sólo tendrá el objetivo vital de permanecer a tu lado cuando así lo desees”, prometía. Ocurrió en San Francisco en 1975. Un año después, cuando la fiebre remitió, había vendido mas de millón y medio de piedras a cuatro dólares en todo el país y tenía la vida resuelta. “Una de las más ridículamente exitosas estrategias publicitarias de la Historia”, sentenció la revista 'Newsweek'.

Varias razones explican su regreso medio siglo después en Asia. Los surcoreanos tienen un vínculo secular con las rocas ornamentales que nace del taoísmo. Las familias adineradas suelen decorar sus hogares con las piedras suseok: minerales a los que el viento, el agua y otros elementos naturales dieron su forma caprichosa durante milenios. Una de ellas simbolizaba en varias escenas de la oscarizada 'Parásitos' los vaivenes de la economía familiar.

Contribuyen también la soledad y el estrés laboral especialmente acentuados en Asia Oriental. Los hogares unipersonales son ya mayoría en Corea del Sur, según las últimas estadísticas oficiales. Crece también la pulsión aislacionista de muchos jóvenes, casi ya 340.000 en todo el país, lo que ha empujado al Gobierno a ofrecerles 650.000 wones (unos 450 euros) para estimular su regreso a la sociedad.

La transición de un país devastado por la guerra a una potencia tecnológica y económica necesitó de una cultura de trabajo innegociable que conduce al agotamiento. Corea del Sur tiene las jornadas laborales más largas del continente y las quintas del mundo, según la OCDE. Sólo las protestas de sindicatos y jóvenes impidieron una reforma gubernamental que pretendía ampliarlas.

No hay nada gracioso en una sociedad que busca refugio y comprensión en un canto rodado.

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