Trágico aniversario

Vuelo MH370: El mayor misterio de la aviación cumple 10 años sin respuestas

El Gobierno de Malasia y la empresa Ocean Infinity reanudarán en breve las tareas de búsqueda tras dos anteriores intentos infructuosos y 215 millones de dólares gastados

La desaparición del avión de Malaysia Airlines "es casi inconcebible", según el informe final

Un edificio de oficinas iluminado con la frase "Reza por el MH370" en Kuala Lumpur, el 24 de marzo de 2014.

Un edificio de oficinas iluminado con la frase "Reza por el MH370" en Kuala Lumpur, el 24 de marzo de 2014. / VINCENT THIAN / AP

Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

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"Buenas noches, Malasia. Tres, siete, cero". El piloto Zaharie Ahmad Shah se despedía de la torre de control cuando sobrevolaba el Mar del Sur de China. Fue el último trámite conforme a las convenciones de la aeronáutica civil que cumplió el vuelo MH370 de Malaysia Airlines. Había despegado una hora antes de Kuala Lumpur con dirección a Pekín. Los controladores vietnamitas nunca recibieron la confirmación de que entraba en su espacio aéreo. Las preguntas persisten una década atrás: ¿Qué paso en la cabina y dónde está el avión?

El vuelo MH370 enfrentó al mundo a una verdad tan sorprendente como inquietante. En la era de la globalización y las comunicaciones, de las milimétricas geolocalizaciones satelitales de teléfonos móviles, del control exhaustivo de los gobiernos de nuestros movimientos, de los asesinatos quirúrgicos por drones controlados a miles de kilómetros... un avión del tamaño de seis autobuses con la más sofisticada tecnología podía desvanecerse. Aún hoy sigue grapado a los superlativos: el mayor misterio de la aviación civil, la mayor operación de búsqueda de la historia...

Minutos después de aquel sucinto mensaje, alguien en la nave desconectó sucesivamente los dos mecanismos de comunicación civiles. Primero el ACARS, que emite señales sobre la localización de la nave, y después el traspondedor, que enlaza la cabina con las torres de control. Los radares militares detectaron un brusco viraje hacia el oeste. La nave voló durante seis horas más hasta hundirse en las inmensidades del océano Índico tras agotar su combustible.

Acumulación de teorías

Ahí acaban las certezas. No hay ninguna situación racional que empuje a un piloto a convertir su avión en la versión alada del barco del holandés errante. Las teorías se han amontonado desde entonces, desde las menos inverosímiles a las más delirantes y conspiranoicas. Quizá un incendio, la despresurización, el apagón eléctrico o cualquier otro súbito fallo mecánico que impidiera la reacción de la tripulación. O quizá un atentado o un secuestro. Pero la casuística presume una reivindicación tras el primero y una petición de rescate para el segundo y nada de eso ocurrió. En los casos de secuestro, además, existe un código internacional que permite al piloto informar a la torre de control de forma secreta. Una minuciosa investigación de los perfiles de las 239 personas a bordo no encontró más que dos pasajeros con pasaporte falso que resultaron ser adolescentes iraníes en busca de una vida mejor. Persisten las dudas sobre el piloto, descrito por algunos como un feliz padre de familia y por un tipo solitario y depresivo por otros. No existen indicios que apuntalen su suicidio y el Gobierno malasio la ha desmentido con brío.

Decenas de barcos y aviones de 26 países se empeñaron en encontrar el Boeing 777-200. China y Estados Unidos desplegaron lo mejor de su escaparate militar. A las pocas semanas dejó de escrutarse la superficie para auscultar el lecho marino. Durante los tres siguientes años se peinaron 120.000 kilómetros cuadrados del sur del océano Índico. No consistía en encontrar una aguja en un pajar sino en encontrar el pajar, aclaró el jefe de las operaciones. La misión le costó 145 millones de dólares a Australia (el país presuntamente más cercano al accidente), Malasia (propietario de la nave) y China (de donde provenían dos tercios del pasaje). Hubo acuerdo: no merecía la pena.

Piezas del fuselaje

Les relevó un año después la compañía estadounidense Ocean Infinity tras firmar un acuerdo con Kuala Lumpur: 70 millones de dólares si lo encontraba y nada en caso contrario. Abandonó tras peinar otros 80.000 kilómetros cuadrados sin más hallazgos que navíos de siglos atrás. Sólo algunos vestigios empujados por la corriente a miles de kilómetros del hundimiento dan fe del desastre. Piezas del fuselaje aparecieron años después en las costas de Tanzania, Mauritania o la Isla Reunión.

El décimo aniversario ha devuelto la esperanza a los familiares, descompuestos por tantos fracasos y capitulaciones. Malasia y la compañía Ocean Infinity negocian otro intento. El ministro de Transporte, Anthony Loke, se comprometió esta semana a "hacer todo lo posible para resolver este misterio de una vez por todas". No ha desvelado cuál es la "nueva y sólida información" que había exigido estos años para retomar la búsqueda. La compañía sostiene que las mejoradas tecnologías y los cálculos más afinados sobre las corrientes permiten cierto optimismo.

En juego están las respuestas a aquel desastre y la prevención de los futuros. La industria ya ha tomado nota. La Organización Internacional de Aviación Civil obliga a que los nuevos aviones incorporen un sistema que envía señales de ubicación cada minuto y que no puede ser desconectado de forma manual. La orden, sin embargo, no obliga a los miles de aviones en vuelo.