Guerra en el este de Europa

Moscú perpetra una nueva masacre en el este de Ucrania: "Fuimos rusos, ¿por qué nos hacen esto?"

La invasión rusa de Ucrania, en directo

Nuevo ataque contra la ciudad de Pokrovsk, en el este de Ucrania

Fermín Torrano

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A Nina se le escapa el crucifijo del escote de la blusa. Una lágrima recorre su arrugado rostro después. El pelo canoso bajo el gorro y sus escasos dientes de oro sugieren la edad que prefiere no revelar. Lleva 16 horas atrapada, está sola y se asoma por la ventana rota para hablar con vecinos ocupados en barrer ladrillos y escombros.

"Fuimos rusos y dicen que seguimos siéndolo... ¿Por qué nos hacen esto? ¿Qué sentido tiene?", solloza, apoyada en el alféizar. A escasos 30 metros de su dormitorio, las grúas levantan paredes enteras buscando cuerpos de los desaparecidos. Los dos misiles Iskander que lanzó Rusia la noche del lunes contra la ciudad de Pokrovsk (Donetsk) ya han dejado, al menos, siete muertos y 88 heridos.

"Ves a algún banderita (insulto en referencia al líder nacionalista Stepan Bandera, que los prorrusos utilizan como sinónimo de fascista) por aquí? Si ni siquiera hablamos ucraniano...", resopla Sergey en ruso. Él lleva toda su vida, "más de 50 años", viviendo en esta pequeña ciudad del este de Ucrania. De 60.000 habitantes hasta el 24 de febrero, la invasión de Vladímir Putin convirtió el enclave en un centro logístico a tan solo 35 kilómetros del frente este y 60 del sur. Un nudo alejado de la primera línea, frecuentado por voluntarios, militares y periodistas, que conecta el Donbás, Dnipro y Zaporiyia.

Una trampa mortal

El objetivo esta vez ha sido el conocido restaurante Corleone y el hotel Druzhba (amistad, en ruso). Lugares icónicos de la ciudad y donde ahora resuenan los ecos de la masacre rusa del pasado junio en la concurrida pizzería RIA de la vecina Kramatorsk. Allí fallecieron 13 personas.

Aquí las heridas van mucho más allá de los edificios reducidos a escombros. La onda expansiva ha afectado a más de medio centenar de bloques de apartamentos y comercios. Por sus escaleras bajan vecinos cargados de ladrillos y puertas. Otros directamente las lanzan por la ventana. El estallido les cogió en casa.

"Salí del trabajo y escuché una gran explosión en la ciudad y me di cuenta que la gente necesitaba nuestra ayuda (de la Policía). Ayudamos a montar heridos en coches y ambulancias... Había información de que el ataque se podía repetir... pero tenía que ayudar a la gente", dice el agente Volodymyr a la prensa desde la cama del hospital. Él escuchó el silbido del segundo proyectil, pero no pudo ponerse a cubierto y la metralla atravesó sus pulmones. "La persona que lanzó el misil al centro de la ciudad sabía que allí solo había civiles, y la que ordenó atacar por segunda vez es un criminal por partida doble, sabía que estaríamos rescatándolos".

"Double tap"

Sus palabras señalan un 'modus operandi' ruso. El conocido "double tap". Primero lanzan un misil y cuando los bomberos, sanitarios y policías llegan al lugar, golpean de nuevo. Lo mismo que ocurrió este lunes, hiriendo a 31 agentes y siete rescatistas. Entre ambos impactos pasaron casi 40 minutos.

El trabajo de los vivos lo anima Alona cantando desde el balcón e insultando a Putin, mientras lanza cascotes a la calle. Hace tan solo dos meses perdió a su marido. Con lágrimas en los ojos y sangre en la rodilla, confiesa que el cuadro de la Virgen María que compró en Jerusalén con su esposo le cayó encima tras el impacto. Y se abrazó a él hasta que todo pasó.

Ahora sigue aferrada al lienzo entre canciones, champán de contrabando y vecinos que le ayudan a reparar el salón. Sus padres viven en el edificio atravesado por el misil y nadie sabe su paradero todavía. Antes de brindar por ellos, Alona grita, en ucraniano: "Por la victoria". Son 17 meses de invasión y el terror ruso no para. Quizás por eso aquí, en Pokrovsk, resiste la nueva Ucrania.