Catástrofe natural

El frío y las réplicas complican la búsqueda contra reloj de supervivientes del terremoto en Turquía y Siria

"¿Habéis encontrado pan?"; pregunta un superviviente del terremoto en Sanliurfa, en el sureste turco

Búsqueda supervivientes, la gente se reúne alrededor de un fuego encendido en medio de los escombros después de un terremoto mortal en Hatay, Turquía

Búsqueda supervivientes, la gente se reúne alrededor de un fuego encendido en medio de los escombros después de un terremoto mortal en Hatay, Turquía / REUTERS/Umit Bektas

agencias

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Las temperaturas bajo cero están complicando sobremanera la posibilidad de encontrar con vida a supervivientes del terremoto en Turquía y Siria. Si a medida que pasan las horas se agotan las posibilidades de encontrar a personas bajo los escombros con vida, el hecho de que los termómetros desciendan en algunos puntos hasta los diez grados negativos no favorece en absoluto las posibilidades de éxito. La climatología adversa así como la posibilidad de réplicas hacen que las labores de rescate se estén llevando a cabo a contrarreloj. El último balance de fallecidos supera los 5.000; 3.500 en territorio turco y el resto en Siria.

Las temperaturas extremas afectan más a la zona turca castigada por el seísmo que a la siria. Muchos de los que han logrado salir con vida se encuentran en la calle con lo puesto y helados. Lo constatan las decenas de oenegés que trabajan en la zona. Save The Children ha hecho hincapié en los "miles de niños y niñas se han visto obligados a abandonar sus hogares en una noche helada y sin refugio". El director de esta organización en Turquía, Sasha Ekanayake, ha advertido de que los seísmos han dejado sin hogar a miles de personas en un contexto de "clima helado y tormentas de nueve", por lo que ha calificado de "crucial" que la comunidad internacional se movilice de inmediato.

Para el director para Oriente Próximo del Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), Carsten Hansen, el terremoto ha tenido lugar en "el peor momento del año".

"¿Habéis encontrado pan?"

La primera llamada a la oración resuena en Sanliurfa tras el mortífero sismo del lunes. En esta ciudad del sureste de Turquía, el día todavía no ha empezado y para muchos el hambre ya aprieta, informa France Press. "¿Habéis encontrado pan?", pregunta un hombre de edad avanzada, con un gorro cubriéndole la cabeza, antes de seguir su camino.

Las calles están vacías. El mercurio supera ligeramente los 0 ºC, pero la sensación térmica es negativa. En el barrio, ningún comercio subió todavía las persianas. En la noche del lunes, a todos les faltaba pan.

A 100 metros de allí, detrás de las vallas del imponente hotel Hilton, donde decenas de familias encontraron refugio tras el mortífero terremoto del lunes, las palabras "sopa" y "pan" están en boca de todos. Algunos niños juegan, aunque la mayoría siguen durmiendo en las baldosas, abrigados con capuchas y guantes. Muchos padres ya se despertaron o simplemente no durmieron en toda la noche.

"El hotel nos dio sopa ayer por la noche, pero la noche ya ha pasado. Tenemos hambre y los niños también", dice a la AFP Imam Çaglar, de 42 años. "Las panaderías estarán cerradas hoy, no sé cómo vamos a encontrar pan", se preocupa este padre de tres niños. Ni se plantea ir a buscar víveres a su casa, situado a pocas calles, por temor a las incesantes réplicas.

"Vivimos en la primera planta de tres. Tenemos demasiado miedo de volver", dice sacudiendo la cabeza. "Nuestro edificio no es en absoluto seguro", agrega.

"Pequeño vaso de sopa"

"Recibimos un pequeño vaso de sopa, no es suficiente", se queja Mehmet Çilde, de 56 años y seis hijos, que espera que la autoridad municipal distribuya comida.

"Pero no tenemos ninguna información, nada", asegura. Filiz Çifçi se perdió la distribución de sopa que se hizo en la víspera un poco más arriba en la avenida.

La madre y sus tres hijos, que huyeron de su apartamento en plena noche del lunes con tres mantas y sus teléfonos, prefirieron saltarse una comida que esperar bajo el viento y una lluvia gélida. "Simplemente tomamos té y café ayer por la noche, nada más", lamenta la treintañera, con velo y túnica de color malva, sentada cerca de los aseos del hotel.

Desconoce si los niños tendrán suficiente para comer el martes o en los próximos días. "Por ahora, no tenemos nada más que nuestras mantas", asegura.

Se frena, piensa, y continúa: "Al menos, aquí, el agua es potable".