Entender más

Orlando Figes, historiador: "La guerra de Ucrania durará varios años"

El experto en Rusia cree que en el país euroasiático pervive una mentalidad imperialista que Putin ha exacerbado para justificar su belicismo

Orlando Figes, historiador británico experto en Rusia

Orlando Figes, historiador británico experto en Rusia / DOLO I.F.

Juan Fernández

Juan Fernández

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Después de estudiar la historia y la mentalidad del pueblo ruso durante 35 años y de explicarlas en más de media docena de libros, Orlando Figes (Londres, 1959) ha atesorado un conocimiento sobre la realidad del país euroasiático que pocos analistas de Occidente pueden igualar. Por eso, su último ensayo, ‘La historia de Rusia’ (Taurus), se lee como un manual de instrucciones para comprender a una sociedad que decidió entregarse en brazos de Putin y que ahora apoya la guerra que este puso en marcha en Ucrania, o al menos no expresa públicamente su rechazo. 

-¿Occidente entiende a Rusia? 

-Absolutamente no, porque nunca hemos hecho el esfuerzo de observar cómo los rusos ven su pasado, que dista mucho de cómo lo vemos nosotros. En Europa juzgamos a Rusia desde valores occidentales, pero allí persiste una mirada imperial de su historia que, por ejemplo, les lleva a considerar a Ucrania una región más de la Gran Rusia y a sospechar que cuando Kiev se acerca a Occidente y se aleja de Moscú, a los rusos les va mal. Putin ha exacerbado ese sentimiento para justificar sus acciones.  

-¿Los rusos tienen motivos para desconfiar de Occidente? 

-Ese sentimiento está basado en mitos históricos, no en hechos reales, pero eso ahora es lo de menos. La clave es que, durante décadas, generaciones enteras de rusos han crecido oyendo ese discurso en el colegio, en los hogares, en las películas… Ese rechazo a Occidente ya existía en el siglo XIX, pero en la guerra fría llegó a niveles paranoicos.   

-Esa guerra terminó hace 30 años. 

-Muchos rusos se quedaron traumatizados cuando cayó el régimen comunista y desde entonces sienten que Occidente les ha impuesto sus valores y su cultura. Nunca llegaron a entender el libre mercado y están convencidos de que su civilización es moralmente superior a la nuestra, a la que consideran corrompida, individualista y egoísta. Han sido muchos años oyendo un discurso nacionalista plagado de héroes abnegados que dieron la vida por la patria y por esos principios que creen más elevados.   

-En su libro describe a Rusia presa de una serie de arquetipos del pasado que no logra superar. ¿Por qué la mentalidad rusa manifiesta esa resistencia al cambio? 

-No es fácil desmantelar una narrativa imperialista cuyas raíces se remontan a 300 años atrás y que hoy sigue presente en la vida de la gente. En los últimos años de forma especial debido a la propaganda del Gobierno. Harían falta décadas y mucha voluntad para reescribir ese relato. Ese ejercicio lo han hecho los países que en algún momento fueron derrotados y se vieron forzados a señalar sus errores, como hizo Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Pero Rusia no se ha visto obligada nunca a afrontar ese reto. Hoy sigue viéndose ve a sí misma como un imperio, no como un estado. 

-¿Ni siquiera el fracaso del sistema soviético provocó cambios en esa percepción? 

-Al final de la guerra fría, Rusia tuvo una oportunidad de oro para revaluar su historia y orientarse hacia un sistema plenamente democrático, pero el nacionalismo se convirtió en seguida en el eje principal de la política. El hundimiento del comunismo no se vivió como una derrota que obligara a purgar las instituciones y marcar un punto de inflexión. De hecho, quienes habían estado al mando del país en el régimen soviético se reinstalaron en el poder en la nueva etapa, como es el caso de Putin, una figura concebida y diseñada por el KGB.  

Al final de la guerra fría, Rusia tuvo una oportunidad de oro para revaluar su historia y orientarse hacia un sistema plenamente democrático, pero el nacionalismo se convirtió en seguida en el eje principal de la política

-En su ensayo también llama la atención sobre la tradición autócrata de Rusia, tierra de zares. ¿Por qué sienten esta fascinación por la figura del 'hombre fuerte'? 

-Rusia es un país muy extenso con poca población para administrar tanto territorio, y además de bajo nivel cultural y escasa implicación para desarrollar las instituciones. Con esos condicionantes, sienten que necesitan a un líder fuerte y autoritario que dirija el país y evite que cada administrador local haga lo que le dé la gana o que les ataquen desde el exterior. Sobre todo, Occidente, el eterno enemigo. 

-¿Rusia es más europea o más asiática? 

-Su sociedad está europeizada, porque es así como se ha desarrollado a lo largo de los siglos, con gran influencia del cristianismo, pero su estado tiene una estructura y una forma de funcionar muy asiática, quizá por influencia de los mongoles, que fueron muy importantes en su historia. De hecho, consideran que las formas occidentales de operar chocan con su esencia.  

-Hoy vivimos en un mundo globalizado en el que la información vuela al segundo por miles de terminales digitales. ¿Este factor no debería acelerar cambios en una sociedad tan cerrada como la rusa? 

-Que la información viaje ahora al instante por las redes sociales no significa nada. Estados Unidos está considerado el país más libre del mundo en términos de acceso a la información y hoy el 40% de su población cree en teorías conspirativas, como que a Trump le robaron las últimas elecciones. Por otro lado, internet es una herramienta perfecta para que un régimen autoritario como el de Putin, que ya ejerce un control muy agresivo sobre los medios tradicionales, difunda su propaganda y manipule a la población. Sus mensajes militaristas y antioccidentales son sus hechos alternativos, igual que los de Trump. Así logró situar a Ucrania como una amenaza en el imaginario ruso y legitimar la invasión. 

Los rusos sienten que necesitan a un líder fuerte y autoritario que dirija el país y evite que cada administrador local haga lo que le dé la gana o que les ataquen desde el exterior.

-En Occidente sorprende que en las calles de Rusia no haya más contestación a la guerra. 

-Aumentará a medida que vayan llegando soldados muertos del frente. De momento, esa oposición no se manifiesta porque los rusos están entrenados en el silencio. Desde los tiempos de Stalin, saben que emitir una opinión en público contra la autoridad puede acabar teniendo graves consecuencias. Ese temor les ha acostumbrado a hablar en susurros. Es un miedo casi genético.  

-¿Putin es el problema de Rusia, o un síntoma de lo que pasa en ese país? 

-El problema no es Putin, sino el putinismo, un sistema de poder oligárquico y corrupto que utiliza la guerra para aterrorizar a la sociedad y expandir sus fronteras amparándose en una narrativa mítica y nacionalista de su historia. Pero debemos tener algo claro: si Putin desaparece de la noche a la mañana, no va a llegar un líder liberal y democrático a sustituirle, sino que vendrá un Putin 2.0 que puede ser más belicista y dictatorial que él. Para mi asombro, en Occidente no se reflexiona sobre esto, estamos siendo demasiado miopes sobre el futuro de Rusia. 

Si Putin desaparece de la noche a la mañana, vendrá un Putin 2.0 que puede ser más belicista y dictatorial

-¿Y el futuro de la guerra, cómo lo ve? 

-Me temo que no tengo buenas noticias. Conociendo el régimen de Putin, creo que esta guerra va para largo y durará varios años. De momento, en el plazo corto no se ve el final. El futuro va a depender de la disposición que tenga Occidente para seguir apoyando a los ucranianos. Si en las próximas elecciones norteamericanas vuelve Trump al poder, se acabará la ayuda de Estados Unidos, que es quien pone el 80% del armamento que recibe Kiev. En cuanto a Rusia, el régimen considera la invasión como una guerra existencial y van a seguir luchando hasta que puedan esgrimir algún esbozo de victoria. 

-Aunque su final lo vea lejano, ¿qué escenarios de paz contempla? 

-La situación es complicada, porque Putin no puede perder, ya que eso supondría el final de su régimen, pero tampoco puede ganar, porque significaría acabar con el orden mundial que ha regido desde 1945, y no lo podemos permitir. Por eso insisto mucho en que esta guerra no va de la integridad de las fronteras de Ucrania, sino de algo más importante. Nos jugamos el orden internacional de las próximas décadas ante un mandatario nacionalista que solo aspira a recuperar un imperio que hoy es imposible. Por eso debemos seguir apoyando a Ucrania hasta que colapse el régimen de Putin. No tenemos otra elección.   

Suscríbete para seguir leyendo