T'Acompanyem
De rescatar parados del ladrillo a conseguir empleo para refugiados de Ucrania
La asociación de parados de larga duración T'Acompanyem ayuda a encontrar empleo a un grupo de refugiados ucranianos
Gabriel Ubieto
Redactor
Periodista de economía, centrado en el mercado laboral. He crecido como redactor en El Periódico, pero antes hice prácticas en La Vanguardia y escribí durante seis meses desde Chile para Hemisfèria.cat. Ganador del premio Ramon Barnils (2015) por el reportaje "Els ultres prenen partit".
En la calle Biscaia de Barcelona, entre chavales jugando a la pelota justo al salir de clase y un grupo de jubilados aprovechando las horas de sol que el clima les ha negado en las últimas semanas, ha llegado la guerra. Sin grandes estruendos, más allá del ruido de dos paletas que desde un portal sacaban escombros de una reforma. Una quincena de ucranianos han acudido a T’Acompanyem, una asociación creada como refugio en el que parados de la crisis del ladrillo encontraron consuelo y a veces también trabajo. Y que hoy brinda su solidaridad a estos migrantes del este. Una empresa de limpieza de Barcelona, que ha preferido no divulgar su nombre, ha contactado con esta asociación para ofrecer a esa quincena de ucranianos empleo durante unos meses como barrenderos.
“En Lviv era economista, aunque he trabajado de todo. En el comercio, vendiendo cosmética. Aquí solo quiero un empleo, no me importa limpiar calles. No quiero estar en casa. Lo único que tengo que mirarme es el horario, porque tengo una hija pequeña que cuidar”, cuenta Irina, que en apenas unos días cumplirá 30 años. Esa misma frase en T’Acompanyem la han pronunciado infinidad de mujeres, hondureñas, venezolanas o nigerianas, entre muchas otras, huyendo de violencias y guerras menos mediáticas de la que huye hoy Irina. Hasta 42 nacionalidades se cuentan entre las personas que Isidro, el director de la asociación, explica haber atendido desde que la fundó en 2009. Cuando diseñaron el logo de T’Acompanyem no se podían imaginar que sus colores, el azul y el amarillo, serían los de la bandera ucraniana. “Son el azul del cielo y el amarillo del trigo”, cuenta una de las refugiadas.
Irina se expresa con un castellano más que correcto, ya que no es su primera vez en Barcelona. Llegó con su marido antes de que en el Donbás, hace ya ocho años, se disparara el primer tiro. Luego en 2019, antes del covid, se volvió para su natal Lviv. Y ahora ha vuelto a la capital catalana. Pese a todo, detrás de la mascarilla se le adivina una sonrisa cuando habla de su madre, a la que hoy le han tramitado la tarjeta sanitaria gracias a la condición de refugiada y ha podido ir a la farmacia a por las medicinas para su corazón enfermo. La madre de Irina es doctora, cuenta, y se ha venido con ellos desde Lviv. No obstante, no quiere quedarse, sino volver a Ucrania y ayudar. “Allí las medicinas cuestan mucho dinero, necesito trabajar”, afirma.
Entre el libro y el fusil
Andrei, de 17 años, está en un limbo legal. En su Kiev natal estudiaba el bachillerato, con la idea de ganarse la vida como informático. La invasión rusa le privó de los estudios, como de muchas otras cosas, y tuvo que echarse a la carretera y cruzar dos fronteras -la húngara y la rumana-, hasta poder poner rumbo a Castelldefels junto a su madre, donde tienen amigos. Con su padre habla cuando puede y desconoce donde está, pues desde que le pusieron un fusil en la mano y lo mandaron al frente tiene prohibido revelarles su ubicación.
En España la condición de refugiado le garantiza a Andrei la educación obligatoria, pero no la posobligatoria que él, por edad, estaba cursando. Y ahora se encuentra en un ‘impás’. “Si hubiera tenido 18 años no hubiera podido salir del país”, cuenta, con unos auriculares colgados del cuello. Le gusta el rap especialmente, aunque cuando le preguntan si escucha algún grupo de aquí explica que la única referencia española que conoce es ‘Camela’.
Tania, de 46 años, hace seis que vive en El Prat de Llobregat con su marido, que trabaja en un restaurante de cocinero. “Estamos contentos, estamos juntos”, explica. Una de sus hijas acaba de llegar de Ucrania, donde ha tenido que dejar a medias un grado universitario de diplomacia. Quien sabe si algún día podrá retomarlo y contribuir a que guerras como la que la han mandado lejos de casa no vuelvan a producirse.
Aunque hoy Tania ha venido a T’Acompanyem con su hijo Marian, de 19 años, que también acaba de llegar de Ucrania, pero sobre esto prefiere no dar más detalles. Este joven mira la cámara del fotógrafo que ha venido a ilustrar este reportaje con los ojos como platos. A Marian también le encanta la fotografía y le gustaría dedicarse profesionalmente a ello, aunque ahora rellena los datos de un formulario para que lo cojan temporalmente como barrendero. Contratos que, en principio, son de seis meses de duración. Todos esperan no tener que renovarlos y que la guerra acabe antes. Unos piensan en quedarse, en construirse una nueva vida aquí y retomar los proyectos vitales que dejaron atrás ante la invasión de Putin. Otros sí quieren volver a lo que no ha dejado nunca de ser para ellos su hogar.
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