Crisis energética

El retorno tímido de los 'chalecos amarillos' en Francia

El singular movimiento de contestación francés aprovecha su tercer aniversario para volver a movilizarse

Pese a unos precios disparados de la gasolina y el gas, las manifestaciones resultan minoritarias en Francia

chalecos amarillos

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Enric Bonet

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Aumento considerable del precio del combustible, del gas y de la luz. El fantasma de que la recuperación post-pandemia se vea lastrada por la inflación. La situación económica actual recuerda las dificultades que desataron el 17 de noviembre de 2018 la revuelta de los chalecos amarillos. Tres años después, este heterogéneo movimiento de contestación ha aprovechado su aniversario para denunciar la principal causa de su indignación: el poder adquisitivo insuficiente de las clases modestas, también conocido en Francia como el problema de la vie chère (vida cara).

“Ahora estamos en el tercer aniversario del movimiento, pero en estos últimos años la situación apenas ha cambiado en el país”, explica a El Periódico Franck Barrenho, de 42 años, militante de los chalecos amarillos desde los inicios y presente este sábado en la protesta en París. Este empleado en una empresa del sector del lujo en marroquinería lamenta que en los últimos meses “el precio de llenar el depósito de gasolina ha pasado de 65 a 90 euros”. Eso tiene un fuerte impacto en su presupuesto debido a los constantes viajes que hace entre “mi trabajo en la región parisina y mi domicilio familiar en Borgoña”, en el centro-este de Francia.

Incendios de contenedores

“Recientemente, recibí una factura de la luz de 1.300 euros, nunca antes había recibido una factura con una cifra tan elevada”, lamenta la parisina Nabila, de 39 años, que trabaja en la prensa profesional especializada y que también ha participado en la manifestación de la capital francesa, a la que ha asistido unos pocos miles de personas. “Mis gastos en materia de energía prácticamente se han doblado, pero mi salario no aumenta”, reconoce Kamel, de 51 años, un chaleco amarillo procedente de Marsella y presente en la misma protesta en la capital. Esta se ha visto alterada por los incendios de contenedores y cajas de madera por parte de encapuchados de extrema izquierda, además del lanzamiento de gases lacrimógenos por los numerosos antidisturbios desplegados.

El precio del litro de gasolina alcanzó en octubre los 1,66 euros, una cifra récord en Francia. El del gas aumentó cerca de un 9% en septiembre y un 14% en octubre. Las tarifas de la luz también subirán unos 30 euros en su media anual, tras haberse incrementado un 60% en los últimos quince años. La crisis energética ha consolidado el poder adquisitivo como la principal preocupación de los franceses, según los sondeos.

Ante esta situación, los chalecos amarillos decidieron movilizarse de nuevo. Las redes sociales se llenaron en octubre de referencias a una  “segunda temporada” de sus protestas insurreccionales, que marcaron el invierno de 2018 y 2019 y lograron frenar la batería de reformas neoliberales del presidente Emmanuel Macron.

Protestas minoritarias

No obstante, los intentos por ocupar rotondas —el singular espacio en que surgió esta movilización con cortes de carreteras— han sido muy tímidos. Las protestas del tercer aniversario de este sábado han sido minoritarias. ¿Cómo se explica que los chalecos amarillos hayan desaprovechado un contexto tan propicio?

“No existe una correlación mecánica entre unas condiciones precisas y el surgimiento de un movimiento social. Esto ya lo demostró el historiador británico E.P. Thompson con sus estudios sobre las revueltas en el siglo XVIII y el aumento del precio del pan”, apunta el sociólogo Aldo Rubert, profesor en la universidad de Lausana y quien prepara una tesis doctoral sobre los chalecos amarillos.

Tras haber marcado la política francesa entre noviembre de 2018 y mayo de 2019, los chalecos amarillos perdieron incidencia e intentaron aliarse con otros movimientos, como las protestas contra la reforma de las pensiones a finales de 2019 o más recientemente con las manifestaciones contra el pasaporte sanitario. Aunque se calcula que unas 50 rotondas han estado ocupadas de manera constante en los últimos tres años, la falta de estructuración ha dificultado que el movimiento haya durado con la misma intensidad en el tiempo.

Rubert también cita la crisis sanitaria y “la dura represión policial sufrida” como dos motivos de la escasa movilización. Además, su imagen pública quedó lastrada tras los incidentes violentos en las protestas, después de haber despertado inicialmente simpatía entre la mayoría de franceses. Históricamente en Francia las movilizaciones suelen ser poco multitudinarias en los periodos previos a unas elecciones presidenciales. “Mucha gente se dice que ahora no sirve de nada manifestarse y que es mejor esperar a las elecciones para echar a los actuales dirigentes”, defiende Barrenho.