Crisis sanitaria global
Manaos: el nuevo rostro de la muerte por covid-19 en Brasil
Más de 210.000 brasileños han perdido la vida por coronavirus desde que comenzó la pandemia el pasado mes de marzo
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Manaos espanta con su serie de muertes por covid-19. Pero la ola de fallecimientos no sorprende a los habitantes de esta ciudad de 2,2 millones de habitantes, la más grande del estado brasileño de Amazonas. Allí, en la urbe del llamado "pulmón del mundo", nada menos, la falta de oxígeno acelera la tasa de muertes. Muchas víctimas se despiden de sus familiares en sus propias casas porque no hay plazas disponibles en los hospitales. Un equipo estatal de técnicos en necrología y patología las visitan para agilizar los certificados de defunción.
Más de 210.000 brasileños han perdido la vida desde que comenzó la pandemia. En Manaos, se han contabilizado más de 6.000 muertes y casi 300.000 infectados. Hasta el Gobierno de ultraderecha sabía lo que le esperaba a los habitantes de esta ciudad que, a fines del siglo XIX se convirtió en la capital mundial del caucho, y al calor de aquella fiebre levantó un imponente teatro de ópera que queda como recuerdo de tiempos de una bonanza irrecuperable.
Quienes más temían esta ola de dolor eran los sepultureros. En junio pasado, la revista paulista 'Piauí' publicó el "Diario de un enterrador" de Manaos. "El cementerio solo tiene puesta la cruz cuando alguien de la familia aparece para pagar la tumba. Se entierra al difunto indigente y se mantiene ahí cuatro años, que es el momento en que todo se convierte en barro. Cuando llega un nuevo muerto, lo enterramos sin ni siquiera quitar los huesos”.
El Supremo Tribunal Federal (STF) también sabía que en Manaos faltaban los tubos de oxígeno. La información le llegó por un canal del Ministerio de Salud que, por orden del presidente Jair Bolsonaro, maneja al inexperto general Eduardo Pazuello. El ministro del STF Ricardo Lewandowski ordenó entonces a las autoridades nacionales que elaborasem un plan de emergencia que se cumple con dificultades, entre otras razones porque Brasil desactivó 3.009 de las nuevas camas de las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI), un 12% de las existentes, ante la certeza de que lo peor de la pandemia había pasado.
Comprar el aire
La deserción del Estado no ha hecho más que favorecer el negocio del oxígeno. Frente al local de una empresa privada de suministro se han amontonado durante las últimas horas los familiares de los pacientes que todavía luchan contra el virus en condiciones de desigualdad. No se ha dejado de ver como irónico el comentario político sobre la donación que ha hecho el presidente venezolano Nicolás Maduro, a quien Bolsonaro considera el mismo demonio, de 14.000 bombonas individuales, equivalentes a 136.000 litros, para ayudar a que Manaos mitigue su colapso sanitario.
El Ministerio de Salud ha empezado este lunes de manera muy lenta las vacunaciones en el gigante sudamericano. Unos 4,6 millones de dosis de Coronavac -el fármaco producido por el Instituto Butantan en alianza con la china Sinovac- se enviarán a lo largo de la semana a todos los estados, según informó Pazzuello. La figura de ese general ha comenzado a ser cuestionada en el mismo seno del Ejército. La institución no quiere pagar el precio político de su negligencia.
El factor Bolsonaro
El foco del malestar social se concentra sin embargo en el presidente. El pasado fin de semana volvieron a sonar las caceroladas en su contra. “Hay que entender que Bolsonaro no es (Donald) Trump: es una desgracia exclusivamente brasileña", señala la revista 'Carta Capital' en su editorial. Celso Rocha de Barros, columnista del diario paulista 'Folha', compara al presidente con el policía que asfixió hasta matar al afroamericano George Floyd en Mineápolis, Estados Unidos, el pasado año.
Bolsonaro, escribe Rocha de Barros, es "el policía con la rodilla" en el cuello de Manaos mientras la ciudad grita "no puedo respirar". Recuerda el columnista el capitán retirado ha oscilado todos estos meses entre "la negligencia criminal y el sabotaje sádico contra aquellos que al menos intentaron luchar contra la enfermedad”.
Rocha Barros remarca como semanas antes de que comenzara el desastre en la ciudad amazónica, el Gobierno subió el impuesto de importación sobre las bombonas de oxígeno. "¿Por qué estas personas todavía tienen un mandato, por qué siguen sueltas?”, se pregunta. Los más de 60 pedidos de juicio político duermen todavía en un despacho del Congreso.
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