ESCALADA DE TENSIÓN

Turquía deja de frenar a los refugiados que quieren ir a Europa

Adrià Rocha Cutiller

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“¡Eh! ¡Vosotros! ¡Aquí!”, grita, en medio de la noche, un soldado turco a unas sombras que se acercan. "Venid hacia aquí. Por la derecha, venga. Id para allá y esperad. Después, a Grecia, venga", dice el militar turco, con un lenguaje muy básico, porque quiere que a quienes habla le entiendan. Son un grupo de refugiados.

Turquía ha dejado de frenar a los refugiados y migrantes que quieran ir a territorio europeo, como pactó en su día con la UE. No solo no lo ha hecho, sino que les ha ayudado. La decisión llega después del bombardeo el jueves por la noche en el norte de Idleb contra soldados turcos. Murieron 33 militares.

“De momento estamos aquí esperando. No sabemos qué va a pasar. Pero nos ha dicho un militar turco que en unas horas van a abrir las puertas. Que lo intentemos otra vez. Espero que lo hagan”, dice Hasán, un joven afgano. Como él hay, en la frontera turcogriega, varios cientos más. Esperan, todos, a que pase en el paso fronterizo de Pazarkule, que marca la frontera terrestre entre Turquía y Grecia. La mayoría de los que están son chavales que han venido solos. Hay, sin embargo, algunas familias. Muy pocas: tomar la decisión, casi sin tiempo, de abandonarlo todo no es algo sencillo.

“Si no abren la puerta… pues no sé, la verdad. Acabaré volviendo a Estambul, creo. Pero no quiero. Allí no tengo nada. Trabajaba en el textil, y mira cómo tengo los pantalones —continúa Hasán, mientras se los arremanga para mostrar las decenas de agujeros que llevan, que no son para ir a la moda sino por culpa del uso excesivo—. Cuando he escuchado que abrían las puertas, no lo he pensado ni un segundo. Estoy harto”.

Para justificar la apertura de fronteras y permitir que los refugiados pasen a Europa, el Gobierno turco ha usado como excusa la violencia en Siria y la situación en Idleb, donde hay, a día de hoy, un millón de personas esperando a que Turquía abra las puertas para que puedan escapar de las bombas y el terror que provocan los ataques de Bashar el Asad y Rusia.

Pero esa puerta —la que separa territorio turco de sirio—, sin embargo, sigue cerrada. Turquía solo ha abierto la que va a Grecia, que ha cerrado sus puertas igual que Bulgaria. Mientras, la UE espera que Erdogan cumpla con los compromisos adquiridos para no provocar una nueva estampida de refugiados hacia Europa. 

Rechazados

Grecia, sin embargo, les ha cortado el paso. Durante la tarde de este viernes, en varias ocasiones, algunos grupos de refugiados han intentado pasar la puerta y entrar a Europa. Han salido de territorio turco y han llegado a la franja de un kilómetro que separa las dos puertas, pero allí en medio, en territorio de nadie, la policía griega les ha reprimido con bombas sónicas y gas lacrimógeno. Este grupo, de unas 200 personas, ha intentado volver a Turquía, pero los turcos les han cerrado también el paso. Ahora están atrapados en el limbo.

“Quiero ser claro: no toleraremos ninguna entrada ilegal a Grecia. Estamos incrementando nuestra seguridad fronteriza. Grecia no tiene ninguna culpa de los eventos trágicos que han ocurrido en Siria, y no sufrirá las consecuencias de decisiones tomadas por otros”, ha dicho este viernes el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis. La Unión Europea, por su parte, ha pedido contención, solidaridad y respetar el acuerdo entre la UE y Turquía del 2016.

Por la frontera terrestre entre Turquía y Grecia, la policía helena ha conseguido parar, de momento, las entradas de refugiados. No han tenido tanta suerte por la vía marítima: varios barcos, llenos estos sí a rebosar de familias, han llegado este viernes a las costas de Lesbos.

Atrapados en el borde

En Pazarkule, cerca de un millar siguen esperando; y serán, en los próximos días, varios cientos o incluso miles más porque la carretera que lleva de Estambul a la frontera, de unos 300 kilómetros, está llena de taxis, minibuses y autobuses repletos de sirios, afganos, paquistanís y alguna que otra nacionalidad más. La presión sobre la frontera griega, en los próximos días, será máxima.

“Si no nos dejan pasar, pues nada. Yo tengo pensado seguir aquí hasta que consiga cruzar. Ya no puedo más. No tengo nada que perder”, dice Mustafá, un chaval sirio. “Llevo en Turquía tres años, pero no tengo nada aquí. Ni familia ni nada. Si me tengo que pasar una semana, dos semanas en este campo esperando a cruzar, pues me las paso. Allí detrás hay una tiendecilla de comida. Puedo ir allí”, continúa, mientras se le forma un corrillo a su lado.

“¿Pero qué dices? ¿Tienes mantas? —le dice un compañero con cierto desdén, como quien demuestra que el más valiente, en todo este lugar, entre tanta gente, es él y no otro— ¿Cómo vas a aguantar aquí tanto tiempo? Tenemos que cruzar ya. Sois todos unos vagos. Si vamos todos juntos ahora la policía griega no nos podrá parar”.

“No, no. Somos demasiado pocos —le contesta Mustafá—. Si solo somos algunas decenas, los griegos nos van a detener, pegar y a echar de nuevo hacia Turquía. Pero si somos muchos a la vez lo podremos conseguir. No pueden echar a 2.000 personas de golpe. Créeme”.