Prestes Maia, el mayor símbolo de la "okupación" en Latinoamérica

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Alba Santandreu

En pleno centro de Sao Paulo, un edificio abandonado de 21 plantas alberga la mayor ocupación de Latinoamérica. Es el Prestes Maia, una antigua fábrica de textil donde hoy viven 478 familias y que se ha convertido en un símbolo de la lucha por vivienda.

Ocupado desde 2010, el predio es un gigante de cemento envejecido situado a pocos metros de la emblemática estación de tren de la Luz, un área deprimida de Sao Paulo que décadas atrás fue icono del esplendor de la mayor ciudad de Brasil.

Durante años ostentó el título de segunda mayor edificio "okupa" de Latinoamérica, pero escaló una posición cuando la "Torre de David", en Caracas, un enorme rascacielos de 45 pisos invadido durante años por familias, fue desalojado por el Gobierno venezolano en 2015.

El ritmo en el interior del Prestes Maia es pausado poco antes del mediodía, cuando la mayoría de sus inquilinos está trabajando, pero la vida fluye entre las paredes de hormigón de esta ocupación donde viven casi 2.000 personas distribuidas en dos bloques de apartamentos.

Sivirina Ana da Conceiçao, de 51 años, vive en una habitación de unos 20 metros cuadrados en la planta baja, a pocos metros del patio común donde un grafiti pide a los vecinos que no arrojen basura.

En el edificio no hay lujos -las paredes están carcomidas por la humedad, las ventanas sin vidrios están revestidas de trozos de madera y las duchas hechas añicos son compartidas por decenas de personas-, pero sus inquilinos admiten que al menos tienen un techo bajo el que dormir.

Antes de llegar al Prestes Maia, Sivirina vivía en la calle. Ahora, cuenta, "solo puedo agradecer a la ocupación", coordinada por el Movimiento Moradia na Luta por Justiça (MMLJ).

"Estamos aquí porque lo necesitamos. Somos trabajadores, no somos vagabundos. Todos quieren una oportunidad y yo la tuve", asegura.

El Prestes Maia es el icono de las ocupaciones en Brasil y el reflejo de un problema de falta de vivienda latente en el gigante latinoamericano y especialmente en Sao Paulo, donde hay 206 edificios invadidos por familias con pocos recursos.

Según datos de la Alcaldía, Sao Paulo tiene un déficit de 358.000 viviendas, mientras que 830.000 familias viven en "asentamientos precarios, que necesitan en algún tiempo de mejora".

Los edificios "okupados" están en el punto de mira de las autoridades después de que un edificio de 24 plantas se derrumbara tras un feroz incendio el 1 de mayo con un balance de al menos dos víctimas mortales y cuatro desaparecidos.

En medio de un cruce de acusaciones por las responsabilidades del siniestro, la Defensa Civil comenzó esta semana a visitar edificios abandonados en Sao Paulo y, en algunos, los ocupantes trabajan a contrarreloj para mejorar las instalaciones ante la amenaza de un desalojado.

El Prestes Maia ya sobrevivió a 26 órdenes de desalojo, pero en 2015 el Gobierno municipal lo compró para construir 283 apartamentos y regularizar la situación de sus inquilinos, convirtiéndose en un "icono" de la lucha por vivienda.

Mientras llega la hora de las reformas, el Prestes Maia, como toda gran comunidad, está regido por normas: "Prohibido beber alcohol en los pasillos. Intolerable la violencia doméstica y el consumo de drogas". La limpieza colectiva es exigida.

Su intensa actividad ha dado espacio al comercio de alimentos - desde perritos calientes a açaí-, y a servicios de costura, peluquería e incluso de guardería, como la que regenta en el primer piso del bloque B Sandra Regina de Oliveira.

Sandra cuida de ocho niños mientras sus padres trabajan y asegura que, después del derrumbe del edificio Wilton Paes, está preocupada por la seguridad de las instalaciones, que están siendo mejoradas gracias a la contribución mensual de unos 100 reales (unos 28,5 dólares) de cada inquilino.

Solo en el centro de Sao Paulo hay 70 predios abandonados habitados irregularmente por 4.000 familias que ven en las ocupaciones una forma de esquivar los elevados alquileres de la capital paulista, la ciudad más poblada de Brasil.

A solo una manzana de Prestes Maia se encuentra el Mauá, cuya "okupación" fue coordinada también por el MMLJ, y donde viven 237 familias, entre ellas la de Marielisete Barbosa, de 52 años, convertida hoy en portera del edificio.

"Somos personas que batallamos. La gente piensa que no hacemos nada. Pero nos despertamos todos los días a las tres de la mañana para luchar por nuestro pan", afirma.

En la entrada de Mauá, un antiguo hotel de precios populares, un mensaje en la pared recuerda a todos sus inquilinos y visitantes el artículo 3 de la Declaración de Derechos Humanos: "Todo individuo tiene derecho a la libertad y a la seguridad personal".