Nerón en Oriente Próximo
El flirteo de Trump con el abandono de la solución de los dos estados para el conflicto árabe-israelí es una bomba de relojería en la región
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
RAMÓN LOBO
Donald Trump siente a Benjamín Netanyahu como uno de los suyos, de los que no se muerden la lengua. Fluye la química. Les une una personalidad peculiar y una visión islamofóbica del mundo. Esta amistad es una pésima noticia para Oriente Próximo. Netanyahu representa un peligro para la seguridad de su país –según Gideon Levy, uno de los grandes periodistas israelís— y el presidente de EEUU parece conducir en zigzag y sin frenos un tren con destino al precipicio.
Ese Trump en guerra contra cualquiera que no le rinda pleitesía, acaba de lanzar una bomba incendiaria sobre la mesa de las no-negociaciones entre Israel y la llamada Autoridad Palestina. ¿Abandona EEUU la solución de los dos Estados, que ha sido el eje de su política durante dos décadas? ¿Incluye a los palestinos cuando habla de un solo Estado? Incluso en algo tan grave, Trump tiene días: el miércoles apuesta por un Estado; el jueves por dos, según matizó su embajadora ante la ONU, Nikki Haley.
En esa aparente marcha atrás, Haley admitió que su Gobierno estaba pensando “out of the box” (fuera del marco actual), frase que deja el asunto abierto. Las palabras de Trump generaron preocupación en la UE y entre los palestinos; también en Israel donde medios como Yediot Aharonot sostienen que se entra en un campo minado.
UNA FICCIÓN INTERNACIONAL
Deberíamos ser serios y reconocer que el asunto de los dos Estados es una de las muchas ficciones que pueblan las relaciones internacionales. Es una idea que queda bien en los comunicados mientras que los hechos viajan en dirección opuesta. Un ejemplo: Israel batió el año pasado el récord en demolición de casas en Cisjordania: 274 que dejaron en la calle a 1.134 personas, según la ONG B’Tselem. ¿Cuál fue la reacción de los grandes líderes mundiales?. Ninguna, silencio.
Los gobiernos israelíes, cada vez más escorados a la extrema derecha, potencian las colonizaciones de Jerusalén Este y Cisjordania, una expansión que impide cualquier Estado palestino viable. Israel lleva 13 años, desde la defunción de los Acuerdos de Oslo, anexionando sin anexionar mientras resuelve lo esencial: ¿qué hacer con los más de 2,8 millones de palestinos que viven en Cisjordania y Jerusalén Este?
Una encuesta del Canal 10 (israelí) ofrece datos para la reflexión: el 43% apoya la solución de los dos Estados; el 30% prefiere el estatus quo; un 15% favorece un solo Estado con derechos iguales para todos y 12% se declara indeciso. Parece que la sociedad israelí no está tan a la derecha como su Gobierno, al menos en este asunto.
CASA JUDÍA
El partido La Casa Judía de Naftali Bennett, en el Gobierno, defiende sin rodeos la anexión del 80% de Cisjordania. Ese es su programa: el Gran Israel. La cifra tiene letra pequeña. El 20% que no se incorpora el serviría para concentrar a los 2,8 millones de palestinos. No sería un territorio unido, algo en el que se pueda crear una autoridad palestina o similar, sino manchas de leopardo esparcidas por una Cisjordania israelí. El objetivo es hacerles la vida imposible, que se vayan. Los que acusan a Tel Aviv de ejercer el apartheid tendrían una razón inapelable para defender sus tesis. Ayudaría a impulsar la campaña de boicot y desinversión.
La alternativa a la anexión de Cisjordania sin palestinos es que los palestinos pasen a ser ciudadanos israelíes con todos los derechos, al menos tantos como los palestinos israelíes que viven en Israel, pese a que son ciudadanos de segunda. Son más de 1,6 millones. Descienden de los que no huyeron tras la proclamación del Estado de Israel en 1948. Netanyahu les ve como un caballo de Troya. La suma de estos con los de Cisjordania y Jerusalén Este llega a los 4,4 millones.
El ritmo de natalidad palestino es 33% superior al israelí. Hagan cálculos. Netanyahu y la extrema derecha ya los han hecho.
CAMPO DE MINAS
Un Estado igualitario en derechos para palestinos e israelíes sería una amenaza para la judiadedad de Israel. ¿Identidad religiosa o valores democráticos? Ese es el campo de minas al que hacen referencia algunos analistas israelíes.
Si Netanyahu se sube al tren de Trump extasiado por las anexiones (Altos del Golán) y la frase “hagamos grande a Israel otra vez”, no debería olvidar cuál es su destino. Las políticas de agitación ayudan a sobrevivir políticamente a corto plazo, más si la corrupción llama a la puerta, pero resultan suicidas a largo.
¿Y qué hacemos con Gaza? Es posible que su futuro en esta fantasía bíblica sea seguir igual, como un campo de concentración para 1,7 millones de personas sin derechos, luz y apenas agua en medio del silencio de EEUU, la UE y los países árabes. Trump no está solo en esta sinrazón.
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