la noche sin fin de iguala

Ayotzinapa: un año en el purgatorio

JUAN VILLORO

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En 1926, cuando el campo mexicano seguía sembrado con casquillos de la Revolución, la Normal Rural de Ayotzinapa fue fundada por Rodolfo A. Bonilla, padre del actor Héctor Bonilla, y Raúl Isidro Burgos, legendario educador que hoy da nombre a la escuela. 

Las normales pertenecen a un periodo de enorme confianza en la pedagogía. A la distancia, sorprende la dimensión épica de un empeño que asoció el porvenir con el conocimiento y cuyo último saldo significativo fue la construcción de Ciudad Universitaria, en la Ciudad de México, en los años 50 del siglo pasado. 

Ayotzinapa nació en plan grande, un internado para varones con instalaciones deportivas y aulas que dominaban los verdes montes de Tixtla.

Durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940) llegó a haber 36 normales rurales. Hoy, en una nación mucho más poblada, quedan 16. En forma taimada pero sistemática, el Gobierno ha querido liquidar esta forma de enseñanza. Una peculiar tradición hace que los políticos mexicanos piensen que abandonar los asuntos equivale a resolverlos. En vez se encarar los problemas y asumir las consecuencias, esperan que se pudran y se aniquilen a sí mismos. Así, la agenda nacional se convierte en el pantano de las cosas pendientes.

En lo que toca a las normales rurales, el Gobierno no ha decretado su desaparición, pues eso implicaría negar su interés en la educación de los más necesitados, pero ha hecho lo posible para que agonicen. Si en dos años no hay inscripciones, la institución cierra sus puertas. Para favorecer esta situación, se recorta la matrícula, no se lanza una nueva convocatoria y se entorpece el proceso de admisión. Cada año los alumnos se manifiestan y presionan para que la Secretaría de Educación Pública cumpla con su obligación. Los futuros maestros deben estar en pie de lucha durante todo su ciclo escolar, protagonizando la crónica de una represión anunciada. 

No es de extrañar que Ayotzinapa tenga tradición combativa. Lucio Cabañas salió de ahí para organizar un movimiento democrático; ante la cerrazón del Gobierno, optó por las armas. Otros egresados actuaron en la arena cívica, como Othón Salazar, líder del magisterio, o Florencio Encarnación Ursúa, que encabezó a los trabajadores de copra en Acapulco. 

Con frecuencia se demoniza a las rurales como nidos de guerrilleros, simplificación equivalente a decir que la Compañía de Jesús es una fábrica de insurrectos porque formó a Simón Bolívar, Fidel Castro y el Subcomandante Marcos. Una cosa es cierta: la educación favorece la conciencia crítica y, ante la injusticia, eso lleva al descontento. Lo que más se teme de las normales rurales no son las manifestaciones en las calles ni la toma de autopistas, sino que enseñen a leer y a pensar por cuenta propia a las comunidades pobres. Los libros son un producto de alto riesgo en un país donde el presidente Enrique Peña Nieto no pudo decir tres títulos al asistir a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

La persecución a los maestros tiene larga historia. Durante la guerra cristera le cortaban las orejas a esos emisarios de la educación laica. En 1935, Lázaro Cárdenas presidió un acto en honor a 10 maestros asesinados.

Arturo Miranda Ramírez, egresado de Ayotzinapa y autor de Los 43 normalistas que conmocionaron a México, fue condiscípulo de Lucio Cabañas: «Lo que más me impresionaba de Lucio era su dedicación al estudio», me dijo. «Cuando había exámenes nos separaban para que no copiáramos y él se colocaba más lejos. No soportaba que alguien hiciera trampa en un examen». ¿Qué sucede cuando un maestro encara un país donde el Gobierno hace trampa?

La generación 2011-2015 comenzó en forma trágica. El 12 de diciembre del 2011 la Autopista del Sol, que comunica el Distrito Federal con Acapulco, fue bloqueada para pedir mejores condiciones para la Normal Raúl Isidro Burgos. Ese día de la Virgen, la Policía Federal disparó contra los jóvenes, asesinando a dos de ellos.

A esa promoción pertenecen los 43 estudiantes desaparecidos desde el 26 de septiembre del 2014. En compañía de otros artistas e intelectuales, entre ellos la escritora Elena Poniatowska, fui padrino de la generación incompleta que se graduó el 18 de julio, bajo el lema de Sangre, resistencia y esperanza.

Aunque el dolor ha marcado a los alumnos, la Normal no deja de ser su casa. La ceremonia fue un acto disidente en la medida en que puso en práctica un gesto rebelde en el México de hoy: la alegría. La palabra Ayotzinapa le ha dado la vuelta al mundo como sinónimo de indignación; sin embargo, según reza el lema de los recién graduados, también lo es de resistencia y esperanza. 

Actualmente hay 147 solicitudes para ingresar a Ayotzinapa. El dato es esencial: quienes recogieron las balas de la Revolución y pensaron que el campo mexicano podía cambiar con letras, no estaban equivocados. 

El domingo 6 de septiembre asistí a la presentación del informe del Grupo Independiente de Expertos que analizó el caso Ayotzinapa. Con datos proporcionados por el Gobierno, es decir, con los mismos que analizó la fiscalía, establecieron una narrativa diferente a la que hasta entonces se había ofrecido y que, en un alarde de suficiencia, el procurador Jesús Murillo Karam llamó «verdad histórica». Varias cosas quedaron claras. El análisis de las telecomunicaciones demostró que la policía municipal, la estatal, el ejército y la alcaldía estuvieron al tanto de los sucesos. Se descubrió un autobús que no figuraba en el expediente y que cumple con características descritas por el FBI para los transportes que trasladan droga a EEUU. Todo indica que el incremento de la violencia se debió a la presencia de ese vehículo del narcotráfico entre los autobuses de los que se habían apoderado los estudiantes. De ser así, esto confirma la relación de todas las autoridades con el crimen organizado. También se estableció que los muchachos llegaron a Iguala una vez acabado del mitin de la esposa del presidente municipal, de modo que no tenían ninguna intención de sabotaje político. Por último, el doctor José Torero, académico de la Universidad de Queensland (Australia), con las mejores credenciales en ingeniería de fuegos, señaló que es imposible que los 43 cuerpos fuesen calcinados al aire libre en las condiciones establecidas por el informe de la fiscalía. Los escasos restos de los que se dispone apuntan a una cremación. Si eso sucedió, hay que buscar hornos crematorios en hospitales cercanos y en cuarteles del ejército.

La terapia de saber la verdad

El informe del Grupo de Expertos fue recibido con beneplácito por los parientes de las víctimas, que al fin siente que se establece un relato convincente. «Saber la verdad, por doloroso que sea, es terapéutico», me dijo uno de los miembros del grupo.

Por desgracia, la verdad que alivia a las víctimas parece enfermar al Gobierno. Si Peña Nieto no encara el problema y sigue actuando como si la realidad fuera un programa de televisión que se puede zapear, quedará fuera de la legalidad. Aunque en México ha sido posible gobernar al margen de la ley, el descontento por Ayotzinapa, la caída de los precios del petróleo, la presión internacional y el reciente ejemplo de Guatemala, ponen a la presidencia en un nuevo escenario.

Los 43 de Ayotzinapa no son los únicos desaparecidos. La nación de Pedro Páramo sólo encontrará la paz cuando todos sus fantasmas tengan un nombre y un destino. Por ellos se marchó ayer, a un año de la tragedia en el Estado de Guerreo. Esos ausentes son los primeros ciudadanos de un país todavía futuro.

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