El Estado griego no existe para los refugiados en Kos

Solo una oenegé griega y Médicos Sin Fronteras atienden a las personas que llegan a las islas dede países en guerra

Desembarco de un grupo de refugiados sirios en un playa de Kos.

Desembarco de un grupo de refugiados sirios en un playa de Kos.

JAVIER TRIANA
KOS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Espera, hablamos después, que ahora vamos a empezar a repartir comida». Athina Feradourou habla con urgencia, un poco superada por la situación, mientras carga una caja llena de raciones de pasta con tomate. No es la única de la escena a la que invaden los nervios. Aunque el reparto de alimentos entre los refugiados que se apiñan en el abandonado hotel Captain Elias, en la isla griega de Kos, solía producirse a partir de las dos de la tarde, cada vez se retrasa más. Primero a las tres, luego las cuatro y otros días, como hoy, son las cinco y no han empezado. «Hay que preparar más comida, porque cada vez hay más gente, y eso lleva más tiempo», explicará más tarde Feradourou, voluntaria de la oenegé Kos Solidaridad (KS).

En uno de los accesos al recinto del Captain Elias, varios cientos de refugiados asiáticos se impacientan. «Mira qué hora es y aún no hemos almorzado», se queja un afgano. «Solo recibimos esta comida al día ¡Llevo sin comer más de 24 horas!». Kos Solidaridad es la única organización encargada de distribuir condumio entre los inmigrantes alojados en el Captain Elias, mientras que la oenegé Médicos Sin Fronteras (MSF) se hace cargo de la atención médica y de proveer un mínimo de higiene y saneamiento en el establecimiento.

El Estado no existe aquí. Solo cuando la policía se acerca para arbitrar alguna disputa con los vecinos o para ver que todo está tranquilo en un alojamiento de 25 habitaciones que en la actualidad ocupan unas 600 personas apostadas en el cualquier rincón. Es un campamento de refugiados improvisado, ya que no se le ha dado aún el estatus legal necesario. La agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) tiene desplegadas dos personas en Kos que llevan a cabo labores de asistencia legal para los recién llegados a Europa. El vacío humanitario es evidente en cada recoveco del recinto.

Nada para comer

«Empezamos a funcionar el 31 de mayo. La primera vez que fuimos al hotel, en Semana Santa, nadie tenía nada para comer» detallaba Feradourou a mediados de julio, cuando El PERIÓDICO visitó la isla. Desde entonces, la situación ha empeorado de manera sustancial.

Según las cifras publicadas por la ONU la semana pasada, solo en julio llegaron 49.550 personas a Grecia, de las 124.000 que el país ha recibido desde el inicio de 2015. La ruta ha superado a la más conocida entre Libia e Italia, usada sobre todo por africanos subsaharianos, mientras que quienes optan ahora por Grecia son sobre todo asiáticos: sirios, iraquís, afganos, paquistanís.

Las islas griegas distan pocos kilómetros de la costa turca, un país que acoge más de dos millones de refugiados, por lo que los cruces desde allí son frecuentes. Cada noche, cientos de personas embarcan en precarios botes hinchables desde los alrededores de ciudades turcas como Esmirna o Bodrum con destino a Lesbos o la turística Kos, ya en territorio comunitario.

«En general, la gente nos ayuda: aportan comida o ropa», apunta la voluntaria, una profesora cuyas vacaciones están consistiendo en paliar la actual crisis. «Los hoteles nos están empezando a dar menos, porque dicen que con el control de capitales en Grecia, cada vez tienen menos capacidad». La red de voluntarios griegos va más allá de quienes visten el brazalete y la gorra rojos de KS: madres y abuelas que cocinan, por ejemplo. Alguna donación sirve también para nutrir el grupo.

En la fila del Captain Elias hay empujones según se acerca el momento del reparto y Yiorgos, uno de los líderes de KS, salta sobre una mesa para hacerse visible y pedir calma. Alguno se enfada, otros se sofocan y uno de ellos termina mareado entre la aglomeración de gente y el calor sofocante.

Le pasa consulta al vuelo Irini, médico de profesión y voluntaria de KS, que hoy ha podido acercarse al hotel. «Los días que vengo, atiendo a los pacientes que presentan alguna molestia», indica. Tanto ella como los profesionales de MSF coinciden en que la mayor parte de las dolencias derivan de la falta de condiciones higiénicas y del estrés del viaje.

Llamada al orden

De pronto, comienza el reparto y se suceden los empujones. Se escucha alguna llamada al orden, pero su efecto es efímero. «Algunos inmigrantes no están alojados en el Captain Elías, pero vienen aquí a la hora de la comida», señala Athina Feradourou.

«Hemos imprimido unos tíquets y damos uno por persona, que tienen que entregar al recibir la comida. No sabemos cómo, pero alguno siempre consigue dos raciones, y otros se quedan sin nada». Tras horas de espera, la espaguetis, el pan y la rodaja de sandía distribuidas hoy duran un suspiro y medio apenas las toman los refugiados en sus manos. El único bocado del día.