REPERCUSIONES A LA MUERTE DEL REPRESOR

Chile lamenta que Contreras se llevara secretos sobre el horror de la dictadura

El Gobierno define al exjefe de la policía secreta de Pinochet como uno de los hombres más siniestros de la historia chilena

ABEL GILBERT / BUENOS AIRES

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El Gobierno de Chile lamentó que Manuel Contreras, el primer y más temible director de la policía secreta de Augusto Pinochet, la DINA, falleciera “llevándose información” sobre “el horror” cometido en Chile entre 1973 y 1990. “Murió uno de los personajes más oscuros de nuestra historia. Detrás de sí deja dolor y sufrimiento para miles”, señala el mensaje del Palacio de La Moneda. El ministerio de Defensa ya había anticipado que “el Momo” no recibirá honores fúnebres por parte del Estado.

El deceso de Contreras ha remecido a la sociedad chilena. Ningún partido político se olvidó de referirse a los daños sociales que provocó. A los 86 años, el ex general acumulaba 526 años de cárcel por la suma de diversas condenas.

La Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) lamentó que el represor, uno los primeros en ser condenados cuando Chile recuperó las instituciones, haya cumplido buena parte de su pena en una cárcel especial. La abogada de DDHH Carmen Hertz fue contundente: “muere Contreras, represor y genocida cobarde e infame, con grado de general, para vergüenza del Ejército y la sociedad”.

La prensa se seguía ayer ocupando de su deceso. El perfil de Contreras había sido dibujado con precisión hace un año en el libro “Los malos” por el periodista Juan Cristobal Peña. “Él puede estar sentado al lado tuyo, derramar por descuido una taza de café encima de ti, y no va a pedir perdón. Él es así, nació y va a morir así", dijo sobre su padre Manuel Contreras Valdebenito. La definición era recordada por estas horas en Santiago. 

En una columna publicada por el diario La Tercera, Peña recordó su encuentro con el hijo del ex jefe de la DINA, quien en ese momento estaba distanciado de su padre. “Dijo que éste jamás pediría perdón ni reconocería responsabilidad alguna en los crímenes por los que sumó más de quinientos años de condena. Eso puede ser interpretado de varias formas. Porfía, orgullo, indolencia. Pero apunta a lo mismo. Manuel Contreras Sepúlveda, el Mamo, vivió obnubilado por fantasmas que crecieron de manera peligrosa en su cabeza”.

Como muchos otros militares latinoamericanos  formados durante la Guerra Fría,  Contreras fue entrenado en la Escuela de las Américas, donde aprendió métodos de la represión ilegal.De regreso del curso de instrucción en Estados Unidos, en un artículo publicado en el Memorial del Ejército de julio de 1968, escribió: “La guerra de guerrillas se gana matando guerrilleros y conquistando a sangre y fuego sus guaridas, sometiendo a estricta vigilancia a la población, que es la base de la cual la guerrilla vive y crece”. Con el golpe de Estado de 1973, Contreras no solo puso en práctica sus certezas sino que se convirtió en el ejecutor de un poder casi absoluto. “No sólo tuvo a cargo un ejército paralelo sin dios ni ley, de impunidad garantizada mientras actuó. El entonces coronel Contreras tenía tal vuelo que mandaba sobre generales, ministros y jueces, algo inédito pero coherente con la lógica del único a quien le rendía cuentas. Pinochet, que recelaba de su propia sombra, necesitaba a un leal que le cuidara las espaldas ante cualquier amenaza interna a su poder sin contrapesos. Por eso el dictador llegó a decir que, en este país, no se movía una hoja sin que él lo supiera. Lo sabía por Contreras, por cierto, que montó un complejo sistema de espionaje al interior del mismo régimen y de la DINA, donde unos se espiaban a otros”, dijo Peña.

Ya en 1974, la diplomacia de Estados Unidos toma nota de que Contreras es un poder en si mismo dentro de la dictadura que la administración de Richard Nixon ayudó a llegar al poder. “El desarrollo de la DINA es un fenómeno particularmente perturbador”, se dice en uno de los cable que exhumó la prensa chilena.

Paso sus últimos años de cárcel leyendo literatura mística. Pero la creencia en un más allá nunca lo sacaba de su orgullo letal por los asuntos terrenales.