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¿El mulá Omar, vivo o muerto?
El Gobierno de Afganistán asegura que el mulá Omar murió en el 2013 en un hospital paquistaní pero los talibanes lo niegan
Durante los primeros compases de la invasión de Afganistán en el 2001, Estados Unidos trató de matarlo en al menos tres ocasiones. En una de ellas, rastreó su teléfono satélite. En otra, bombardeó uno de sus palacios residenciales en Kandahar. Pero aquel clérigo tuerto que había gobernado Afganistán entre 1996 y 2001 a base de puritanismo fanático y terror medieval siempre se las ingenió para escapar. Antes de que acabara el año, su pista se había perdido, posiblemente en el vecino Pakistán. Y desde entonces todo han sido rumores. Se le dio por muerto varias veces, pero no fue hasta ayer cuando el Gobierno afgano anunció por primera oficialmente vez su deceso.
«En base a información creíble, el Gobierno confirma que el mulá Mohammed Omar, líder de los talibanes, murió en abril del 2013 en Pakistán», aseguró el Ejecutivo de Ashraf Ghani. Sus servicios de inteligencia añadieron que habría muerto en un hospital de Karachi, la ciudad portuaria paquistaní donde algunos expertos habían situado su paradero desde el 2007. Posiblemente, por causas naturales, según otras fuentes. Pero los talibanes no tardaron en negarlo. Uno de sus portavoces aseguró a Voice of America que el mulá «está muy vivo», mientras la Casa Blanca se limitó a decir que, aunque considera «creíble» la información, todavía no ha podido corroborarla.
De lo que no hay duda es que llega en un momento delicado para Afganistán. Está previsto que en dos días, los representantes del Gobierno afgano y los talibanes se sienten para celebrar la segunda ronda de negociaciones para buscar un solución política al conflicto que desangra al país desde hace tres lustros. Los expertos consideran que, de confirmarse la muerte del mulá, quien se negó a entregar a Osamna Bin Laden a EEUU tras los atentados del 11-S, lo que desencadenó la invasión estadounidense, se abriría una lucha interna por la sucesión que podría determminar el futuro de las negociaciones de paz. «A él se le percibía como uno de los miembros más extremistas de la línea dura del liderazgo», decía ayer un funcionario afgano.
Un misterio
Para muchos, sin embargo, el mulá seguía siendo un misterio. Solo existen dos fotografías suyas conocidas y, a diferencia de los líderes de Al Qaeda, nunca colgó sus sermones en internet para hacer proselitismo. De lo que hay pocas dudas es que siempre estuvo muy cerca de los servicios secretos paquistanís, que financiaron y armaron el ascenso al poder de los talibanes en los noventa para instalar en Kabul a un Gobierno afín sin lazos con la India y alejar de sus fronteras a las tropas ateas y comunistas de la URSS. Su liderazgo habría servido para aglutinar a las distintas facciones de los talibanes y disipar las tensiones entre los partidarios de un alto el fuego y los partidarios de la insurgencia. Para EEUU dejó de ser una prioridad, a pesar de que el FBI ofrecía 10 millones de dólares por información que condujera a su captura.
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