La crisis ucraniana

La línea roja de Putin

RICARDO MIR DE FRANCIA / Washington

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En su discurso del pasado martes ante el Parlamento, que sirvió de preámbulo para firmar la anexión de Crimea a la Federación Rusa, Vladímir Putin mencionó la OTAN hasta en seis ocasiones. El presidente ruso incluyó la expansión de la Alianza Atlántica hacia el Este entre los agravios históricos de Occidente y se refirió a la integración de Ucrania en su estructura como una posibilidad cercana. «La OTAN sigue siendo una alianza militar y nosotros nos oponemos a que se instale en nuestro patio trasero o en nuestro territorio histórico. Simplemente no puedo imaginarnos viajando a Sebastopol para ver a los marinos de la OTAN», afirmó.

Los recelos de Putin no son nuevos. Rusia se siente cada vez más acorralada por la expansión de la OTAN en su antigua esfera de influencia y traicionada por las promesas que en su día le hizo EEUU. Como escribe James Goldgeier en Not whether but when -para muchos la historia definitiva de la expansión de la Alianza Atlántica- el secretario de Estado de EEUU, James Baker, le aseguró al líder soviético Mijaíl Gorbachov en febrero de 1990 que si Moscú permitía la reunificación de Alemania, la OTAN no se expandiría «una pulgada» más hacia el este. Ni siquiera instalándose en la Alemania Oriental.

Pero no es eso lo que sucedió. Polonia, Hungría y la República Checa se incorporaron a su estructura en 1999. Los países bálticos, Rumania, Bulgaria, Eslovenia y Eslovaquia, en el 2004. Y Albania y Croacia, en el 2009. «Nos han mentido muchas veces, han tomado decisiones a nuestra espaldas y nos han puesto frente a hechos consumados», afirmó Putin el martes. «Así sucedió con la expansión de la OTAN hacia el este, así como con el despliegue de infraestructuras militares en nuestras fronteras», añadió el líder ruso.

Equilibrio de poder

En los últimos años, Washington ha tratado de convertir a Rusia en un socio para lidiar con los asuntos internacionales, integrándolo en instituciones como la Organización Mundial del Comercio, a la que se unió en el 2012.

Pero, según el profesor Thomas Remington, autor de varios libros sobre el Kremlin, no es de esta forma como Moscú ha interpretado sus intenciones. «Las élites políticas, con Putin al frente, consideran que Estados Unidos ha perseguido una estrategia de contención, utilizando la OTAN para rodear a Rusia», señala.

Esos miedos se exacerbaron en la cumbre de Bucarest de abril del 2008. La Alianza decidió entonces abrir las puertas a la adhesión de Ucrania y Georgia, con las que mantiene un acuerdo de cooperación desde 1994. La declaración final decía: «Hoy hemos acordado que estos países se convertirán en miembros de la OTAN». El proceso se estancó, no obstante, por la oposición de Francia y Alemania, que entendieron que la medida podía romper el equilibrio de poder en Europa y enfurecer a Rusia.

Un mal trago

«Desde el punto de vista de Moscú, la expansión en los países bálticos había sido difícil de tragar. Pero la perspectiva de que la OTAN ofreciera a Ucrania y Georgia la adhesión era simplemente inaceptable», escribe Angela Stent en The limits of partnership, un libro sobre las relaciones entre Rusia y EEUU en este nuevo siglo.

Solo cuatro meses después de la cumbre de Bucarest, los tanques rusos entraron en Georgia, estableciendo una suerte de protectorado en Abjasia y Osetia del Sur.

Mensaje captado

Pero la OTAN no entendió el mensaje de Moscú o prefirió ignorarlo. A finales de octubre del 2013, poco antes de que los primeros manifestantes ucranianos tomaran el centro de Kiev para protestar contra la decisión del presidente Víktor Yanukóvich de frenar el acuerdo comercial con la Unión Europea y aceptar la alternativa rusa, le preguntaron a su secretario general si era cierto que se había descartado la adhesión de Ucrania y Georgia a la OTAN. «En el 2008 decidimos que ambos sería miembros de la OTAN. Esa decisión sigue en pie», aeguró Anders Fog Rasmussen.

Cinco meses después de aquello, Putin invadió Crimea. Y, en este caso, el nuevo Gobierno prooccidental en Kiev parece haber entendido el mensaje. «La asociación con la OTAN no está en la agenda», dijo el primer ministro Arseni Yatseniuk horas después del discurso del presidente ruso.