UNA COBAYA DEL 'FÜHRER' ROMPE SU SILENCIO TRAS 70 AÑOS

El gusto de Hitler

Margaret Wölk es, a sus 95 años, la única superviviente de las 15 mujeres que durante la segunda guerra mundial probaban la comida de Hitler, que temía ser envenenado

Margaret Wölk muestra una foto de sí misma poco antes de que los nazis la reclutaran al servicio de Adolf Hitler.

Margaret Wölk muestra una foto de sí misma poco antes de que los nazis la reclutaran al servicio de Adolf Hitler.

J. M. FRAU

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Entre 1942 y 1944, Margaret Wölk probaba las mejores frutas y verduras que se podían encontrar en Alemania, un país castigado por los bombardeos aliados, donde lo habitual era hacer interminables colas con las cartillas de racionamiento para recibir el pan, la sal, el azúcar, el café de malta y, en el mejor de los casos, algo de carne.

En aquella época era una berlinesa de unos 25 años que hacía poco se había casado con Karl, y que vivía en su piso de toda la vida, en el barrio de Schmagendorf, al suroeste de la capital alemana. Su marido había sido llamado a filas. En el invierno de 1941, la soledad y las bombas que cayeron sobre su casa dejándola inhabitable la llevaron a Gross Partsch, una aldea de 300 habitantes situada en la entonces Prusia Oriental, hoy llamada Parcz, en Polonia, un lugar idílico donde vivía su suegra, en una casa con un amplio jardín.

«Al menos, allí tenía a mi suegra y una cama propia», cuenta a sus 95 años en el mismo piso berlinés que tuvo que abandonar durante la guerra. Allí empezó todo. Todo lo que ha callado durante 70 años. Los peores dos años y medio de su vida. Al poco de llegar, unos soldados se la llevaron a la Guarida del Lobo, el complejo de edificios y búnqueres rodeado de campos de minas. Aquel cuartel general de Hitler, desde donde pretendía controlar el frente oriental, estaba en Gierloz, a tres kilómetros de donde vivía Margot con su suegra. Ella y otras 14 jóvenes de la zona fueron reclutadas a la fuerza para probar la comida que cada día tomaba Adolf Hitler, que temía un plan del enemigo para envenenarle.

«La comida era buena, muy buena», cuenta ahora la anciana. «Pero no la disfrutábamos porque sabíamos que cada día podía ser la última». Aquellos espárragos, preparados con la deliciosa salsa, al estilo tradicional alemán, o aquellas fuentes de frutas exóticas que cada día, entre las 11 y las 12, Margot Wölk y sus 14 compañeras se encontraban en una larga mesa de madera, podían ser mortales para ellas. La única superviviente de aquel grupo de mujeres recuerda que se le servía la comida a Hitler una hora después de que ellas la hubieran probado, para asegurarse de que los alimentos no estaban envenenados. «Frutas, verduras, arroz y pasta. Nunca carne ni pescado, porque Hitler era vegetariano», rememora.

Su jornada empezaba cuando, a las ocho de la mañana, oía a los soldados bajo su ventana. «Margot, levántate», le decían. Y la llevaban, junto con las otras14 jóvenes, a las instalaciones militares. Sin embargo, la rutina cambió radicalmente a partir del 20 de julio de 1944, cuando, el coronel Claus von Stauffenberg atentó allí contra el führer«Estábamos sentadas en unos bancos de madera cuando oímos la explosión y alguien gritó 'Hitler ha muerto'. Pero solo se llevó algunos rasguños», se lamenta.

A partir del atentado fallido, las medidas de seguridad aumentaron y las 15 mujeres fueron trasladadas a una escuela abandonada, junto al cuartel general de Hitler. Ya no podían pasar la noche en sus casas. «Estábamos como animales enjaulados», afirma. Cuenta que allí fue violada por un oficial de las SS. «El viejo cerdo», dice. Finalmente, cuando los rusos estaban cerca, un teniente alemán la ayudó a escapar. La metió en un tren a Berlín. «Me salvó la vida», asegura. Después de la guerra volvió a ver a este oficial, que le dijo que las otras 14 mujeres fueron fusiladas por los rusos. Al llegar a Berlín se encontró una ciudad arrasada y dominada por los rusos. Durante dos semanas fue violada por soldados soviéticos y, como consecuencia de las brutales heridas, no pudo tener hijos. «Estaba desesperada. Ya no quería seguir viviendo», declaró al semanario alemán Der Spiegel. Recuperó la esperanza cuando se reencontró en 1946 con su marido, al que daba por muerto. Con él pasó 34 felices años.

Margot Wölk nunca quiso contar a nadie su terrible experiencia. Ni siquiera a su esposo, Karl. El pasado mes de diciembre cumplió 95 años y recibió la visita de un periodista local, a quien llamó la atención que una persona de esa edad llevara tantos años en el mismo piso berlinés. Entonces decidió romper su silencio. «Solo quería contar lo que pasó». Y añade: «Hitler era un hombre repugnante. Y un cerdo».

Pese a su trágica historia, Margot asegura no haber perdido el sentido del humor. Cuida su aspecto, habla pausadamente y sonríe al recordar los años junto a su marido.